Después de que Gustavo Díaz Ordaz pactó con los sectores patronal y obrero la Ley Federal del Trabajo, en 1970, todo quedó
congelado en materia laboral.
Pese a las crecientes exigencias que se han hecho en México para modernizar la legislación en la materia, las reformas efectuadas resultan insignificantes. No tocan el problema de fondo ni con el pétalo de una rosa. “El trabajo es un derecho —se afirma— y da igual que sea productivo o no.” Y a nadie parece importar el problema. ¿Esto es deliberado? Todo indica que sí.
“Acotemos las huelgas”, piden unos.
“Revisemos los contratos colectivos”, reclaman otros. Facilitar el despido, estudiar el tema de los salarios caídos o limitar el ejercicio sindical son otras demandas que se escuchan a diario y que nadie quiere hacer suyas. ¿Por qué? Porque tener una clase obrera amedrentada, con salarios bajos y sin posibilidades reales de hacer valer sus derechos, garantiza la mano de obra barata que tan atractiva resulta fuera y dentro del país.
Los dos problemas seminales de nuestro Derecho laboral
son el procedimiento y la productividad. Comencemos hablando del procedimiento:
mientras en Chile un proceso laboral se desahoga en un promedio de 72 días, y
en Venezuela, con todas sus dificultades políticas, en seis meses —incluida la
apelación—, en México puede tomar hasta cuatro años. O siete, si incluimos el
amparo. Es demencial.
Por añadidura, no tenemos suficientes juntas: las
federales sólo se encuentran en las ciudades capitales y las locales sólo en
las tres o cinco ciudades más importantes de una entidad federativa. ¿Qué
significa esto? Que un obrero despedido injustificadamente en una ciudad donde
no hay juntas debe emprender un largo viaje a otra ciudad donde las haya. Esto
exige dinero, que es justamente aquello sin lo que se ha quedado.
Esta indefensión lo obliga a pactar en condiciones muy
desfavorables o a buscar otros trabajos mal remunerados. Pese a que el artículo
3 de la Ley Federal del Trabajo nos recuerda que el trabajo es un
derecho y un deber social, que no es un artículo de comercio, que exige respeto
para las libertades y la dignidad de quien lo presta y que debe efectuarse en
condiciones que aseguren vida, salud y un nivel económico decoroso para el
trabajador y su familia, ni el Legislativo, ni el Ejecutivo ni el Judicial
parecen tenerlo en cuenta.
Aunque, después de la vida y la libertad, el trabajo
es, quizás, el más valioso de los bienes jurídicos protegidos, en México
pasamos por alto este artículo para no provocar la ira de algunos dirigentes
sindicales o de algunos abogados litigantes que, con el pretexto de
“conciliar”, acaban convirtiéndose en extorsionadores. Fingimos no darnos
cuenta de los chantajes que se hacen a aquellos que pretenden abrir un negocio
pero que, incluso antes de la inauguración, se ven obligados a recibir a los
“representantes sindicales”, quienes amenazan con una huelga si no se les paga.
Proliferan los sindicatos blancos sin que nadie mueva un dedo y, así, más allá
de las rimbombantes declaraciones de funcionarios locales y federales, se
inhibe la pequeña y la mediana empresa para privilegiar el chantaje y la
corrupción de los aliados políticos de distintos gobiernos.
Descuidar al Derecho laboral, como lo hemos venido
haciendo abogados, académicos, jueces, ministros y hasta medios de
comunicación, no sólo afecta a la parte más débil de la ecuación sino, también,
a los patrones y al país en su conjunto: ante la falta de trabajo digno, muchos
jóvenes prefieren dedicarse a cobrar “derecho de piso”, a traficar con armas,
personas y narcóticos, o a realizar cualquier actividad delictiva que les
asegure un futuro más prometedor.
En cuanto a la productividad, las cifras de la OCDE
deberían hacernos reflexionar: los mexicanos “trabajamos” 2,228 horas al año,
mientras los alemanes lo hacen 1,371 horas. Casi el doble ¿Por qué? Porque en
nuestra cultura —esto vale en especial para el sector público— los jefes creen
que reteniendo muchas horas a los empleados en sus oficinas —la llamada “hora
nalga”—, éstos trabajan más. Hay que estar de 9 a 9, se produzca o no. Parece
que al patrón mexicano le tienen sin cuidado la creatividad y la innovación,
pero no los horarios…
Urge una revisión a fondo de nuestro Derecho laboral si
queremos ser un país competitivo.
Ángel M. Junquera Sepúlveda
Director de las revistas El Mundo del Abogado y Voy&Vengo