martes, 22 de marzo de 2016

Argumentos contra la oposición al “matrimonio gay”

 Los enemigos mexicanos de lo que comúnmente  se llama “matrimonio gay” –que van de los  arzobispados católicos al supuestamente  progresista Andrés Manuel López Obrador- viven  en el desierto de los argumentos. Argüir lógica y  empíricamente no es lo suyo. Ni les interesa. Su  oposición no resiste el análisis y sus precisiones:

 La propuesta de matrimonio gay, o entre personas  del mismo sexo (con lo que se incluye a los  bisexuales), es una propuesta civilista: de  matrimonio civil. No religioso.


Ningún liberal/progresista está proponiendo algo como el “matrimonio gay religioso”. Nadie. No estamos proponiendo que el Estado legisle para introducir el matrimonio gay en las religiones.
La propuesta como tal no ataca ni deslegitima ni amenaza de muerte al matrimonio “tradicional” (salvo que este tipo de matrimonio sea visto per se como lo que no es, el monopolio absoluto y legítimo de todo matrimonio posible). Quienes de otro modo lo atacan, lo deslegitiman constantemente y amenazan su existencia, en sus propios términos, son quienes lo practican, por la manera como lo practican.

Tampoco se propone la prohibición por ley de los matrimonios religiosos. ¿Dónde está nuestra propuesta de prohibición del matrimonio católico? No existe. No confundimos los ámbitos. El matrimonio católico sigue y seguirá existiendo siempre que exista el catolicismo. Pero, por supuesto, en su propio contexto religioso. ¿Seguirán confundiendo y manipulando otros la idea de la libertad religiosa?

Nadie del lado liberal o progresista pretende imponer ilegítimamente nada a las religiones y los religiosos. Son ellos quienes pretenden imponer ilegítimamente sus normas religiosas en las normas públicas no religiosas.

Hay que repetir e insistir: evidentemente, no intentamos que el Estado dicte las reglas y procedimientos de la vida interna de una religión (el matrimonio civil igualitario no es ni puede ser tal cosa). Por el contrario, la religión, y sobre todo la jerarquía católica, sí intenta que el Estado –fuera de la religión- dicte para los ciudadanos no heterosexuales normas de conducta de inspiración e implicación religiosas. Nosotros no buscamos el gobierno interno de la Iglesia. Y la Iglesia desea y busca gobernarnos a todos. Su virulenta oposición al matrimonio civil igualitario del siglo XXI es muestra de los excesos clericales.

¿Cuántos matrimonios gay se han celebrado y sancionado religiosamente como consecuencia de la legalización civil del matrimonio entre personas del mismo sexo? Ninguno. Ni uno solo. Porque la aprobación legal del “matrimonio gay” no se refiere al ámbito religioso ni obliga a nadie en él. Ninguna religión queda ni quedará obligada a casar por su rito a ninguna pareja del mismo sexo. Si a algunos católicos homosexuales (que los hay) les gustaría casarse por su Iglesia, y lo pidieran, sería otra cosa, una muy diferente, no nuestra propuesta –ni asunto nuestro, al no ser un asunto público.

Por todo lo anterior, la resistencia católica al matrimonio civil en cuestión no es más que victimismo tramposo, un autoritarismo simulador tan antiindividualista como antisocial. Suhomofobia no es argumento válido contra la propuesta. No es un argumento; sólo es homofobia. Y conservadurismo social irracional.

Esta propuesta legalizadora es igualitaria. Es legislación civil que iguala, en la ley y ante la ley, y frente a los ciudadanos heterosexuales, a los ciudadanos homosexuales, eliminando un (sub)tipo de discriminación. Los que se oponen en México suelen “ver” un derecho especial regalado anticatólicamente a la “gente gay”. Es una fantasía, su ilusión óptica. En la realidad objetiva se ve otra cosa: quitar lo que en los hechos es un ilegítimo derecho especial de los heterosexuales. Si sólo éstos cuentan con la posibilidad de un matrimonio legal ante el Estado, y esta posibilidad se sustenta sólo en la inercia de una tradición cultural prejuiciosa, ¿cómo no sería un derecho especial de la heterosexualidad? ¿Cómo no sería un derecho especial que debemos democráticamente remover?

¿Cuál es la justificación de que una pareja del mismo sexo no pueda establecer relaciones jurídicas de herencia? ¿Por qué sus relaciones personales no deberían crear efectos jurídicos de sucesión de bienes y transmisión de derechos? No hay respuesta prohibicionista que sea racional. Ni verdaderamente decente.

Y ése es el punto final de mayor importancia: una sociedad verdaderamente decente no se opone al trato decente del Estado a cualquiera de sus ciudadanos. La prohibición estatal de todo matrimonio igualitario –entre personas del mismo sexo, de la misma raza, incluso de la misma religión, etcétera- es públicamente indecente.

Cabe sumar, por último, dos precisiones relacionadas: defender o proponer el matrimonio igualitario no implica ninguna indicación de obligación (individual): los hombres y mujeres homosexuales no quedan obligados, de ninguna forma, a casarse ante el Estado. Ni se dice que necesariamente deban hacerlo. No es que “queramos” que todos se casen sino que legalmente puedan hacerlo si ellos quieren y, en su caso, cuando quieran. Por otro lado, el argumento aquí presentado, con sus términos antiprohibicionistas, no supone ni necesita ni demanda la suspensión de la crítica –racional y empírica- al matrimonio llamado tradicional. Ni el criticar es necesariamente prohibir ni el no prohibir es necesariamente no criticar. Nadie podría demostrar que a lo largo de su historia ese matrimonio “normal” no ha sido también una fachada legitimadora para transacciones comerciales, transferencias de propiedad, alianzas y jugadas políticas, “pecados” como el embarazo sin matrimonio de por medio, y variados actos de prostitución tampoco tradicional.




José Ramón López Rubí C. Colaborador de la División de Administración Pública del CIDE.