Existe en el país, sobre todo en ciertos círculos
—algunos académicos, estudiantes, figuras del espectáculo, intelectuales,
sacerdotes—, una tendencia autoproclamada de izquierda que apoya todo
movimiento enfrentado al gobierno.
Su visión es extremadamente reduccionista: todos los
males que nos aquejan han sido causados por los gobiernos ineptos y corruptos
que hemos padecido; por lo tanto, cualquier causa defendida por los enemigos
del gobierno debe ser respaldada. En las propias universidades —receptáculos de
la inteligencia, la creatividad y el pensamiento crítico— hay grupos, si bien
pequeños, que asumen esa postura.
Hemos visto en las últimas semanas escenas que parecen
calcadas de la Revolución cultural china, la Italia fascista o la Alemania nazi
sin que en esos grupos se dé una reacción de indignación y condena. La imagen
de un grupo de maestros a quienes se les corta el cabello como castigo al
delito de no haberse sumado a la protesta, entre ellos una mujer entrada en
años, fue vista por todos, y quienes alzan la voz ante todo exceso de la
policía guardan silencio ante ese oprobio.
La intervención policiaca para desalojar el bloqueo de
una carretera es un inadmisible acto represivo; pero poner de rodillas a
policías después de haberlos semidesnudado, colocándoles carteles denigratorios
en las manos, es, en cambio, una acción realizada en nombre del pueblo bueno,
justificada porque los perpetradores son enemigos de los gobiernos federal y
estatal.
Está documentado que entre las organizaciones que
apoyan el movimiento de la CNTE predominan las que recibieron jugosas
cantidades de dinero público y ahora están irritadas porque se les suspendieron
esas dádivas. Pero los apoyadores de todo enemigo del gobierno tienen ya una
perfecta coartada: los medios de comunicación son medios burgueses a los que no
hay que creerles una sola palabra. Sólo el diario que apoya a la CNTE merece
crédito, sin importar que haya mostrado simpatía por colectivos y personajes
tan indefendibles como la ETA y Nicolás Maduro, por mencionar sólo un par de
ejemplos.
Esa izquierda, al respaldar a la CNTE, no dice una
palabra de los actos de salvajismo protagonizados por los militantes de esa
facción ni sobre la ilegalidad y la ilegitimidad de los intereses que están
dispuestos a seguir defendiendo a toda costa. Esos actos y esos intereses no le
parecen una perversión de la función que debe cumplir el magisterio —¡nada
menos que educar a los niños!— sino forman parte, según su punto de vista, de
la estrategia de lucha contra el Estado opresor.
Las entidades federativas donde la CNTE ejerce su poder
son las de más baja calidad escolar. Los niños de esas entidades, con la
educación que reciben, están condenados a no salir del círculo de pobreza en el
que nacieron. Ante esa evidencia, la respuesta inaudita es que lo que pretende
la Reforma Educativa es ¡privatizar la educación! No hace falta señalar
indicios ni ofrecer argumentos: basta vocear la advertencia en los mítines y en
las marchas, y tachar de vendidos o progubernamentales a quienes la refutan.
Así no hay que contestar cuestionamientos: se elude un debate sincero y
razonado sobre cuál es la mejor reforma posible y, por ende, a la que hay que
aspirar.
Esa izquierda cuenta con una ventaja importante: el
resto de la sociedad no sale a las calles a manifestarse. Los que marchan en la
vía pública suelen ser los militantes profesionales, los activistas de toda
causa contra el Estado o los que quieren vociferar su descontento contra las
autoridades sin que importe qué se secunda con la presencia en las
concentraciones. Esa izquierda no defiende los valores de la izquierda
honorable e ilustrada (¡alguna ha de quedar!) y al ponerse esa etiqueta merma
la credibilidad de ésta.
La CNTE sabe, como observa Alejo Martínez Vendrell (El
Sol de México, 11 de julio), que “la forma más eficiente de obtener lo que
quiere y doblegar la acobardada resistencia gubernamental” no es argumentando,
sino “perjudicando al máximo a la inerme e inocente sociedad”. Y sabe,
asimismo, que cuenta con la complicidad de esa izquierda pedestre.
Luis de la Barreda Solórzano Investigador del Instituto
de Investigaciones Jurídicas