Antonio Caso, al igual que
a los demás ateneístas, le tocó desenvolverse en la época porfiriana, en la Revolución de 1910 y en la reconstrucción nacional mexicana de la época
posrevolucionaria.
Destacado académico
liberal universitario, primer secretario general de la entonces Universidad Nacional de México, rector de ésta y responsable de introducir el pensamiento
metafísico y filosófico en el ámbito universitario.
En la década de los años
treinta del siglo XX se vio envuelto en un debate por la defensa de la autonomía universitaria, suscitado en contra de la concepción de Vicente
Lombardo Toledano, quien compartía la postura de que las universidades y las
instituciones de educación superior del país tenían el deber de orientar el
pensamiento de la nación mexicana, la cual se encaminaba hacia la posición
ideológica del momento aceptada por el gobierno en turno: el marxismo.
No obstante ello, Caso se
oponía a los totalitarismos políticos de su tiempo: el nacionalismo nazi y el
socialismo soviético, y consideraba que el mejor medio o régimen para alcanzar
la república culta, es decir, la mejor sociedad política de personas humanas,
era la democracia liberal.
Si se aceptaba una
filosofía oficial se tiranizaría a la nación y a las conciencias con sistemas
efímeros; lo que se requería y requiere es el saber como un hacer constante,
que se recree, se corrija, ya que nada es absoluto y, por lo tanto, toda teoría
es discutible.
Caso veía en el acto de
educar un “arte… de filósofos conscientes de las potencialidades humanas que
los pueden proyectar hacia la existencia como desinterés y como caridad… que
redunda en el bienestar de todos y para todos”. Decía que los seres
humanos tenemos una relativa libertad y una espiritualidad con la que podemos
crear y perseguir valores, lo que nos convierte en entidades insustituibles y
singulares; que como seres humanos somos personas humanas que debemos cultivar
y desarrollar nuestra personalidad y que en conjunto formamos sociedades
humanas o personas sociales heterogéneas también insustituibles y poseedoras de
una personalidad y una cultura, por lo que los Estados deberían velar por el
desarrollo de las personas humanas que integran las personas sociales, para lo
cual se requiere de un gobierno más adecuado que el totalitario, se requiere de
un régimen democrático.
Para Caso, precursor del
México moderno posrevolucionario, la autonomía universitaria conllevaba a una
serie de libertades tales como la libertad de cátedra entendida ésta como una
libertad de enseñanza y de investigación.
En contraste, permitir o
consentir que en una universidad se impusiera la enseñanza de una doctrina o
filosofía oficial resultaría excluyente y, por consiguiente, totalitario, pues
se presentaría como algo verdadero absoluto y como la mejor y única opción viable
digna de conocerse y de instaurarse, sin permitir que se conozcan los aportes,
buenos o malos, de otras doctrinas o filosofías que pudieran, incluso, avalar,
complementar o contradecir la oficial.
La autonomía universitaria
le permitiría a su comunidad desarrollarse libre de la intromisión del Estado,
de los cambios o ajustes según el mandatario y su filosofía en turno.
Como lo reflejara Caso
años más tarde en su obra La persona humana y el Estado totalitario, donde
percibe “no sólo una preocupación por el saber, sino también por el pensar
sobre una cultura nacional puesta al servicio de la libertad y de la justicia
[su reflexión] se opone a toda filosofía que quiera convertirse en oficial o
única, en la medida que cualquiera que ésta sea oprime la libertad del
pensamiento y dogmatiza el saber”.
Recordemos que para Caso
la república culta se conforma por sociedades políticas en donde se equilibran
tres elementos, a saber: la libertad de sus miembros, la autoridad y la ley, y,
dentro de estas libertades, él consideraba como puntales de toda sociedad
humana tres libertades civiles: la de pensamiento y de expresión, la de
asociación y la de poseer bienes. En este sentido, se entiende que sin una
libertad para pensar y para expresarse no puede haber doctrinas sólidas, por lo
que tampoco podría haber libertad de cátedra.
Carolina Miranda Luévano
Licenciada en derecho por la Universidad Nacional Autónoma de
México
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