miércoles, 19 de agosto de 2015

La juventud del Milenio: el nuevo actor político (primera parte)

 Cada 12 de agosto, desde que fue declarado por la ONU en  diciembre de 1999, se celebra el Día Internacional de la  Juventud. Sin embargo, más allá de la ceremonia de  reconocimiento a jóvenes destacados que tuvo lugar este  miércoles en Palacio Nacional, es evidente que como país no le  hemos dado a este sector social la atención que necesita.

 Lo anterior es incomprensible si consideramos que nuestra  juventud es la cuarta parte de la población mexicana. Además,  enfrenta serios problemas que no han sido superados a pesar de  los buenos discursos: insuficientes oportunidades educativas,  escasez de empleo, precariedad salarial, violencia,  criminalización de su activismo social, adicciones, falta de  perspectivas de futuro e inadecuada inserción en la vida  pública. 


En el pasado atender a los jóvenes se consideraba indispensable para la estabilidad de la nación. Así se puede interpretar, por ejemplo, el sentido que tuvo la llamada apertura democrática impulsada en la época del presidente Luis Echeverría y el fomento que dio a las universidades. Hoy esta visión es más corta que nunca, pues en las sociedades contemporáneas los jóvenes no deben ser vistos como una fuente de tensiones a controlar, sino como un grupo social particularmente facultado para desarrollar la creatividad y la innovación, y con ello contribuir al progreso material y espiritual.

Ello ocurre, sobre todo, cuando los jóvenes tienen la oportunidad de educarse y desplegar sus ideas y visión del mundo. Algunas de las innovaciones mundiales más importantes de los últimos años procedieron de mentes juveniles: Steve Jobs fundó la compañía Apple a los 21 años de edad y Bill Gates tenía una veintena cuando inició la empresa Microsoft. Un caso más reciente es el de Mark Zuckerberg, quien en 2004 creó la red social Facebook: había nacido en 1984.

Creo que estos ejemplos no son resultado de la aparición de talentos precoces extraordinarios, sino de una conjunción entre las naturales capacidades juveniles y las oportunidades abiertas por las épocas. Los protagonistas de estos tres casos fueron más allá de los límites planteados por las instituciones en las que se movían y supieron aprovechar las posibilidades que tuvieron frente a sí.

Los estudiosos de la juventud han explicado que la actual generación de jóvenes, denominada generación del milenio o Millenials, se distingue por su forma de adaptarse a un mundo en cuyas formas de acción y prácticas políticas no creen. Se trata de jóvenes menores de treinta años que poseen un título académico y que se criaron en condiciones económicas de prosperidad.

De acuerdo con un artículo del periódico El País, aparecido hace algún tiempo, son jóvenes impacientes, inteligentes, egocéntricos, y que tienen poca disposición para adaptarse a los ambientes laborales actuales, por lo que prefieren migrar a otras empresas o, más interesante aún, fundar sus propios negocios. Como suele ocurrir, no hay coincidencia entre los especialistas cuando describen los rasgos que definen a los jóvenes Millenials, a quienes también se les ha denominado Generación Y.

Algunos asumen, por ejemplo, que la cantante, compositora, bailarina y diseñadora Lady Gaga encarna el concepto de los jóvenes Millenial. Para otros analistas, el papel de Millenial lo desempeña claramente el basquetbolista LeBron James, quien “fue capaz de dejar la glamorosa y soleada Miami para fichar por la aburrida Cleveland, únicamente por amor a Ohio y sus habitantes”. También se hace énfasis en que estos jóvenes tienen conciencia social y han formado parte, de manera crucial, en los movimientos sociales de la época como Occupy Wall Street en Estados Unidos, o Podemos, en España.

En México, León Krauze ha escrito que si algo define a los jóvenes de ahora es su escepticismo con respecto a la política. Desde su punto de vista, a los jóvenes actuales “las vías fórmales de la política no les resultan apetecibles. Lo suyo, parece, es el cambio por otras vías”. Se antoja lógico lo que dice Krauze, pues la decepción con los grandes proyectos de transformación social han dejado una honda huella en la cultura política contemporánea. ¿Vale la pena dedicarse a una tarea destinada a fracasar o a convertirse en un engaño colectivo?

Sin embargo, estoy convencido de que en los días que vienen un sector importante de la juventud mexicana imprimirá su sello en la forma en que se hace política. Una muestra de ello la tuvimos en el movimiento #Yo soy 132, a nivel nacional, y en los resultados de las últimas elecciones de Jalisco el pasado 7 de junio. Los triunfos de Pedro Kumamoto y de los candidatos de MC, en la Zona Metropolitana de Guadalajara, no se explican sin la aplicación de la capacidad de innovación juvenil en las redes sociales y el Internet. Pero se trata de algo que está más allá de la habilidad tecnológica y en lo que nadie tiene el monopolio de la credibilidad. Algo que es necesario descifrar.