En 1932 Aldous Huxley
escribió su distopia Un mundo feliz, donde propuso el uso de la droga Soma como
solución al problema social y, así, alcanzar la felicidad en el mundo. Huxley,
como buen inglés, fue un lúcido heredero del pensamiento filosófico de Hobbes,
Locke, Mandville, Hume, Malthus, etcétera, o sea, de la tradición
contractualista que veía a la sociedad como el logro de un contrato voluntario
con el fin de dirimir los conflictos individuales, propios del Estado natural.
Pese a la intención expresa de cada firmante a someterse al soberano y afanarse
por el bien colectivo, era inevitable un cierto residuo de irritación al tener
que ceder siempre a favor de la mayoría. Esa irritación o malestar se diluía
con el uso de la droga Soma. Huxley recomendaba, en boca de su personaje
Mustafá Mond, su uso en las siguientes dosis:
“Si por desgracia se
abriera alguna rendija de tiempo en la sólida sustancia de sus distracciones,
siempre queda el soma: medio gramo para una de asueto, un gramo para fin de
semana, dos gramos para viaje al bello Oriente, tres para una oscura eternidad
en la Luna”.
El malestar social,
producto de sentirse obligado a renunciar día a día a los intereses
particulares, se encuentra también descrito en la psicología. Por los mismos
años de la publicación de Un mundo feliz, en 1930, el médico austriaco Sigmund
Freud publicó El malestar en la cultura, donde analizó el origen del malestar
que siente el hombre por habitar en el mundo moderno.
Su punto de arranque fue
la pregunta sobre el fin de la vida, más propia de la teología que de la
medicina o psicología. Sin embargo, como muchos pensadores de la cultura
occidental que han considerado que solamente la vida tiene sentido si posee un
fin (teleología), Freud abordó, pese a todo, el problema, que no le incumbía
sino indirectamente.
La reflexión sobre el fin
de la vida muestra que para el hombre no basta con vivir, sino además desea
vivir feliz. Entonces, Freud se aboca a analizar la felicidad y descubre, como
tantos otros, que
ésta consiste en procurarse placer y evitar el dolor. El
principio de placer es el que prescribe el fin de la vida humana; principio que
gobierna el aparato anímico completo y explica en última instancia la conducta
del hombre. Concediendo este primer punto, analiza la siguiente paradoja: ¿por
qué cuesta al hombre tanto esfuerzo ser feliz si en eso reside el sentido de su
vida? Pareciera que el principio vital de placer entra siempre en conflicto con
el mundo (con el macro y microcosmos), al grado que la felicidad es
absolutamente irrealizable.
Freud afirma
sarcásticamente que el propósito del hombre de ser dichoso no está en el “plan
de la creación”, porque bajo el influjo del mundo exterior, el principio de
placer se confronta al principio de realidad, mismo que en la sociedad adquiere
la fisonomía de guardar el cumplimiento de las obligaciones sociales y posterga
a segundo plano el deseo de placer o felicidad individual.
Pero si esta constitución
del hombre limita su posibilidad de dicha, no impide experimentar la desdicha.
Según Freud, el sufrimiento o dolor amenaza al hombre desde tres frentes: el
mundo exterior (con sus cataclismos naturales), el cuerpo (condenado a la ruina
y disolución) y la socialización (fuente de dolor más intensa). De las
catástrofes del mundo exterior sólo puede proteger al hombre la “huida” y, en
menor medida, el desarrollo tecnológico aplicado a la transformación del entorno.
De las deformidades y enfermedades del cuerpo, la ciencia médica, el deporte y
la cosmetología. ¿De la sociedad? ¿Cuál es la solución al malestar de la
cultura? Paradójicamente la cultura misma: la cultura ha sido desarrollada
también para paliar el malestar provocado por la obligación de velar por el
bien común y postergar el bien propio. Y dentro de las estrategias de
sobrevivencia a la sociedad están las drogas.
El consumo de la
marihuana, como el del mítico Soma, tiene la función de diluir el malestar de
la cultura. Por tanto, no debe verse la permisibilidad frente a la marihuana
por el bien que hace, sino por el mal que evita. Éste parece ser un punto que
escapa al análisis de médicos y legisladores.
Guillermo José Mañón
Garibay
Investigador en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM