viernes, 15 de enero de 2016

2016: ¿el año en que la justicia cambió?

 Este año concluye el plazo para la implementación de la  reforma constitucional en materia de justicia penal de  2008. El 18 de junio de 2016, tras ocho años de acciones y  de recursos invertidos para implementar la transformación  del sistema de procuración y administración de justicia  penal, la meta debería de estar alcanzada. Dentro de seis  meses, la operación del nuevo sistema de justicia penal  de corte acusatorio en las 32 entidades y la Federación  debería de ser una realidad.

 El objetivo central de esta reforma es contar con un  sistema de justicia penal más eficaz, eficiente y que  asegure el respeto de los derechos humanos de los  imputados y víctimas. Sin embargo, a pocos meses de que  se cumpla el plazo, es evidente que no nos encontramos  cercanos al logro de este objetivo. En realidad, parece que  contamos con una simulación, en donde el sistema de  justicia penal pretende operar como acusatorio pero  mantiene las malas prácticas institucionales que pretendía  corregir.




Por lo cual es importante identificar si en primer lugar, ¿llegaremos a la meta en junio de 2016? Y segundo, ¿cuáles son las implicaciones de ello?

Las deficiencias son en parte resultado de la ausencia de una planeación integral que, desde el comienzo, debió trazarse en una estrategia nacional. En cambio, el 18 de junio de 2008 iniciaron 33 procesos de transformación paralelos pero desarticulados, lo cual derivó en 33 escenarios distintos en las entidades y en la Federación. Algunas entidades aprovecharon los recursos disponibles para intentar una transformación, mientras que otras entidades simplemente optaron por ignorarla. En el caso de la Federación, los esfuerzos comenzaron ya muy avanzado el proceso nacional; apenas a finales de 2014 se inició operaciones en Puebla y Durango y prácticamente la mitad del país comenzará a operar el sistema acusatorio a nivel federal en 2016.

Al carecer de una ruta crítica nacional, las entidades comenzaron procesos de improvisación y entraron en una dinámica de prueba y error que persiste hasta hoy. Un ejemplo de ello fue el desarrollo de casi treinta distintos códigos procesales de corte acusatorio en las entidades federativas. Fue hasta 6 años después de la reforma, en 2014, cuando finalmente se optó por desarrollar un código nacional único que homogeneizara el proceso penal en todo el país.

En este largo camino se han invertido recursos financieros y realizado diversas acciones –capacitación, infraestructura, cambios normativos, etc.-, pero lamentablemente estas han sido dispersas y desarticuladas. Durante los casi ocho años del proceso de implementación del sistema acusatorio el Gobierno Federal ha invertido $3,643,841,383. 00 de pesos, además de gastos provenientes de cooperación internacional y los propios recursos de las entidades federativas (ver gráfica 1). Sólo en el caso de la capacitación: desde 2010 y hasta 2013, se ha destinado $484,550,015. 24 para capacitar a 36,512 operadores, el 59.8% del total del país con un costo por funcionario de poco más de $13 mil pesos.

A pesar de la creación e integración de la Secretaría Técnica del Consejo de Coordinación para la Implementación del Sistema de Justicia Penal (SETEC), que es la instancia encargada de ejecutar las acciones para implementar a nivel nacional dicha reforma, la reforma parece navegar sin rumbo. La ausencia de un planeación integral de inicio y, posteriormente, de una redefinición de acciones a partir de la coyuntura que implicó la tardía pero positiva publicación del código nacional, ha derivado en resultados poco costo-eficientes. Hasta ahora, ¿cuál ha sido la lógica de la distribución de recursos? ¿Cómo saber a quién dar más dinero si no se sabe quién lo necesitaba más? Las carencias en el proceso de implementación son estructurales y no se resuelven únicamente con voluntad política o mayor inyección de recursos.

Un aspecto esencial que se ha ignorado es la naturaleza sistémica del cambio y, en específico, el desarrollo simétrico de capacidades entre instituciones. A nivel nacional aún priva una enorme disparidad entre los recursos técnicos y humanos de procuradurías, tribunales de justicia, defensorías y policías, lo que hace inoperable un sistema penal de corte acusatorio de forma exitosa. Si bien la reforma ha servido como pretexto para desarrollar figuras innovadoras que busquen restaurar el tejido social y garantizar el principio de presunción de inocencia –casos alentadores pues representan la posibilidad del cambio- estos han sido resultados de esfuerzos aislados.

Las divergencias en el progreso no sólo se encuentran entre instituciones sino también entre entidades. No se puede esperar el mismo escenario en Chihuahua, que lleva más de 108 meses operando el sistema acusatorio, que Sonora quien apenas iniciará operaciones en 2016 (ver cuadro 1). Lo anterior explica por qué cuando se cumpla el plazo constitucional en junio de 2016 habrá diferentes grados de calidad en los sistemas de justicia penal, pues se verán reflejados los esfuerzos invertidos por cada institución y entidad.

Hoy a 165 días, y después de siete años y medio, nos encontremos ante dos posibles escenarios: 1) la ampliación del plazo constitucional para la implementación para lograr fortalecer los cambios, lo que implica una aceptación del Ejecutivo del incumplimiento de la meta, o 2) el anuncio formal de su implementación en todo el país dando por cumplido el mandato constitucional, pero en la realidad un sistema muy deficiente que abra las puertas al inicio de un proceso de contrarreforma que pretenda regresar al sistema tradicional.

Ninguno de estos es deseable. Lo que sí es definitivo es que el 18 de junio de 2016 la calidad de la justicia en el país no será la que se prometió en la reforma promulgada en 2008. El escenario más probable –ya que representa el menor costo político- es el segundo: vuelta a la página y a lo que sigue. Por ello, a estas alturas del proceso la postura más realista y benéfica que las autoridades deben asumir es poner de lado los discursos demagógicos y reconocer que el proceso de reforma no estará acabado para 2016. Y como consecuencia es indispensable que establezca un mecanismo efectivo de seguimiento y evaluación que conlleve a procesos de mejora continua del sistema posterior a junio de 2016, con el reconocimiento que –aun operando- estamos lejos de llegar a la meta, tener un sistema de justicia digno del Estado de Derecho en un régimen democrático.

El corregir las deficiencias generadas por la improvisación y falta de objetivos concretos no es imposible. Es momento de (re)plantear la agenda nacional que no se planteó hace ocho años, una que trascienda 2016 y que busque que los recursos invertidos hasta el momento no se difuminen sino que constituyan las bases de lo que únicamente podrá ser una apuesta a largo plazo. Los procesos de mejora continua son esenciales en toda política pública y más cuando se trata de reformas estructurales, integrales y de cambios profundos que, en el caso de no alcanzar el éxito, vulneran el derecho de los mexicanos de contar con un sistema de justicia de calidad.





Autores: Ximena López, Mireya Moreno, Carlos De la Rosa y Rafael Vega
Coordinadora: Mariana Meza