jueves, 14 de enero de 2016

Mando único policial: apuntes para un debate serio

 Quienes pensaban que la discusión en torno al Mando  Único Policial había muerto no consideraron la  posibilidad –siempre abierta en este país– de que  algún suceso escandaloso la sacara de su letargo. En  este caso, el desafortunado homicidio de la alcaldesa  de Temixco, Morelos y el consecuente conflicto  político entre el ejecutivo estatal y el municipal de la  ciudad capital produjeron dos importantes efectos:  por un lado, se convirtieron en incentivo para  reacomodar los tiempos y prioridades políticas a  grado tal que diversos líderes de partidos han  anunciado que habrá algún tipo de legislación sobre  el tema en el próximo periodo ordinario de sesiones  del Congreso de la Unión.


Paralelamente –y de manera más significativa–, los hechos de la última semana evidenciaron de forma explícita lo que muchos hemos dicho y lo que las autoridades de todos niveles parecen no querer entender aún: el mayor obstáculo para enfrentar a la violencia y la inseguridad en este país no es de carácter técnico, instrumental o financiero, sino principalmente político. Lo anterior se sustenta en al menos dos paradojas importantes:

1) Las autoridades pelean por el control de la policía pero cuando lo tienen la gran mayoría básicamente no sabe qué hacer con él.

Con los enormes poderes que posee (de restricción de las libertades y uso de la fuerza) la policía puede significar un importante activo para el Estado pero también un enorme riesgo cuando ésta vive en el abandono institucional y no opera bajo estándares democráticos. En una especie de juego de ‘papa caliente’, las autoridades están plenamente confundidas y evidentemente más preocupadas por determinar quién manda sobre la policía que en entrarle a resolver los verdaderos retos del quehacer policial. El reacomodo en la cadena de mando está lejos de significar una verdadera reforma que garantice un desempeño efectivo. Para ello se requeriría más bien de una profunda renovación conceptual y de mandato; legal/normativa; administrativa; organizacional y profesional que tenga resultados visibles en su tipo de relación con la ciudadanía. Alinear los intereses y esfuerzos de los distintos liderazgos políticos para hacer avanzar una reforma de este calado es el verdadero desafío.

2) En el imaginario de la clase política, resolver el ‘factor policial’ es suficiente para solucionar el problema de violencia y delincuencia que azota al país. Sin embargo, esto es lejano a la realidad.

Las lecciones emanadas de los esfuerzos y experiencias en otros países son categóricas al señalar que la única ruta efectiva para alcanzar entornos seguros y libres de violencia recae en la instrumentación de políticas integrales de seguridad; esto es, en la operacionalización de un “conjunto de acciones gubernamentales y sociales que incidan, prevengan o graviten sobre el cúmulo de factores y condiciones sociales, económicas, políticas y culturales que favorecen, apuntalan, consolidan o determinan los conflictos, hechos de violencia y delitos producidos en un determinado contexto social” (UNDP, 2005). Las implicaciones de esto son inmensas; no solo porque de manera justa reduce la carga excesiva sobre la policía sino que además derrumba los argumentos y retóricas populistas de mano dura que tanto se escuchan en las campañas políticas y en las tomas de posesión. Adicionalmente, diluye el factor cortoplacista, reparte (transversaliza) las responsabilidades entre las distintas instancias públicas (fuera del sector seguridad y justicia, incluso) y apuntala a los actores sociales. En esta arista, el principal desafío consiste en lograr un cambio de mentalidad de los tomadores de decisiones de la clase política y sus principales operadores. La información y evidencia de las experiencias internacionales están disponibles y son contundentes. Ante ello, la miopía de aquellos que no pueden o no quieren ver representa realmente el mayor de los obstáculos.

Desde octubre de 2010, cuando en la administración de Felipe Calderón se ideó la propuesta de 32 jefes policiales subordinados a cada gobernador y posteriormente en noviembre de 2014, cuando en su Decálogo para Fortalecer la Seguridad y el Estado de Derecho, Enrique Peña Nieto propuso la desaparición de las policías municipales, el centro del debate ha girado en torno a quien controla la policía –quién se adueña del botín de poder que significa estar al mando de esta institución– mientras que las propuestas (y particularmente las acciones concretas) para su reforma y mejora continua se mantienen ausentes. Si realmente se pretende legislar sobre el tema en el próximo periodo de sesiones, entonces los términos de la discusión deberían modificarse: más que el reacomodo jerárquico/organizacional, el enfoque debería concentrarse en la modernización del mandato y el fortalecimiento del desempeño policial (a nivel individual pero particularmente institucional) pasando forzosamente por medidas que eventualmente lleven a una mayor despolitización de la policía como institución y que por ende la dirijan hacia una creciente independencia operativa y profesionalización. Pero incluso ello será absolutamente insuficiente si como producto de la discusión no se acuerdan también las bases conceptuales, normativas y operacionales de una política integral de seguridad pública con los tamaños suficientes para hacer frente a la complejidad y profundidad de los fenómenos de la violencia y delincuencia que hoy tienen al país de rodillas. México ya no resiste más reticencia de su clase política.





Alejandro Espriú Guerra. Titular de la Dirección de Investigación Aplicada en Policía, Seguridad y Justicia Penal del Instituto para la Seguridad y la Democracia A.C. (Insyde). www.insyde.org.mx