Pero
su discurso racista y xenófobo ha despertado las antipatías de gran parte del
electorado e incluso de la cúpula de su propio partido.
Muchos creen que no
puede ganar la presidencia; sin embargo, el riesgo es real.
El meteórico ascenso de
Donald Trump en la contienda electoral para la candidatura del Partido
Republicano, al derrotar paulatinamente a más de 16 oponentes —algunos de ellos
con credenciales políticas mayores— y alcanzar el número de delegados a la Convención
Republicana necesarios para asegurar la candidatura de ese partido a la
presidencia de los Estados Unidos, tiene sorprendidos a todos los analistas
políticos de ambos partidos y del mundo, quienes habían predicho que su
candidatura se desplomaría rápidamente debido al estilo heterodoxo de conducir
su campaña, a su comportamiento agresivo, ignorante, inflamatorio, insultante,
abusivo y vulgar, así como por su poco respetuoso tratamiento de las mujeres,
de los inmigrantes, de los discapacitados, de otros países, etnias y
religiones, al igual que por ser crítico del propio Partido Republicano y sus
dirigentes.
Trump ha navegado
exitosamente el descontento subyacente en la sociedad y el electorado
estadounidense, originado por la reducción del nivel de ingreso de vastos
sectores de la población a partir de la Gran Recesión de 2008 que,
irónicamente, el mismo Partido Republicano causó mediante la adopción, en la
administración del presidente George W. Bush, de políticas financieras y
fiscales que contribuyeron al colapso del mercado inmobiliario y de Wall
Street, a la disminución del ingreso fiscal por la reducción de impuestos a las
clases acomodadas, y debido al alto costo de las guerras emprendidas en
Afganistán e Irak sin el fondeo de ley correspondiente, que revirtieron el
superávit presupuestal heredado por el presidente Clinton y lo convirtieron en
un considerable déficit de las finanzas públicas, y también por la
disfuncionalidad del Gobierno, resultado de ocho años de sabotaje y obstrucción
republicana a la administración del presidente Obama.
Trump ha explotado para su
ventaja los temores de la población en materia de seguridad nacional y
terrorismo, haciendo ver las políticas de la administración de Obama como
débiles e inefectivas, asegurando que han provocado la declinación del poderío
de Estados Unidos a nivel internacional, y afirmando demagógicamente que, como
presidente, él restaurará la supremacía estadounidense como primera potencia
mundial. A nivel de política económica, Trump ha recurrido a la simplista
explicación de que la disminución del empleo y del ingreso de los trabajadores
ha sido motivada por el traslado de las fuentes de trabajo a México y a China,
por la inmigración ilegal de trabajadores extranjeros que sustraen los empleos
a los estadounidenses, y por la firma de tratados comerciales aparentemente
desventajosos para Estados Unidos. Simultáneamente, Trump ha cultivado los
sentimientos más oscuros en el ánimo y los prejuicios de amplios núcleos de la
población de ese país, relacionados con el racismo, la misoginia, la supremacía
nacionalista, el extremismo religioso, los resentimientos sociales, la cultura
de las armas y el aislacionismo, entre otros, inflamando negativamente la
conciencia del electorado.
La estrategia de Trump a
la fecha ha consistido en proyectar una imagen de fuerza, de competencia basada
en sus supuestos éxitos en los negocios; de su independencia en el desarrollo
de su campaña de los recursos de grupos de interés; de decir las cosas como las
piensa sin ajustarse a la corrección política, y de no encasillar sus
propuestas en las líneas políticas tradicionales del Partido Republicano, sino
más bien plantear hábilmente políticas que responden a las frustraciones del
electorado, lo que lo ubica en ocasiones en colisión directa con la dirigencia
republicana y con los sectores más conservadores de ese partido.
El mensaje de Trump se
resume en su lema de campaña: “Hacer a Estados Unidos grande otra vez”, que
apela al orgullo nacional implicando que el establishment y los gobiernos
anteriores han llevado a la declinación del país en el panorama mundial, y se
necesita restaurar su poderío económico y militar a nivel internacional. Sin
embargo, es posible que Trump haya tocado la culminación de su ascenso una vez
habiendo logrado la nominación del Partido Republicano a la presidencia, y que
comience una etapa de retrocesos, resultado de la endeble posición en la que se
ha ubicado, tanto por la inconsistencia de sus planteamientos y la cantidad de
enemigos que ha creado con sus insultos, como por la carencia de una
infraestructura y una maquinaria política que lo apoye.
Trump tiene en su contra
que el Partido Republicano y los grupos conservadores lo ven con desconfianza y
le han venido dando su apoyo con reluctancia en la medida en que se ha
convertido en el candidato oficial, circunstancia inconveniente para un
aspirante que requiere de todo el entusiasmo y sustento de su partido para
triunfar. Ha sido un patético espectáculo ver el cambio de posiciones de
precandidatos y dirigentes republicanos que muy recientemente calificaban a
Trump como inepto para la presidencia, llegando incluso a llamarlo “estafador”,
y que ahora se adhieren a su candidatura. La unidad del Partido Republicano se
ve fracturada y resulta difícil creer que se logrará integrar bajo Trump en los
meses que faltan para la elección.
No ayuda a esta situación
el que, en un promedio de 167 encuestas publicadas por The Huffington Post,
aparezca que un 59.2% del electorado tiene una opinión desfavorable acerca de
Trump; el 53% tiene una opinión extremadamente desfavorable de él; el 70% de
las mujeres en Estados Unidos lo desaprueba; el 57% de los jóvenes rechaza sus
posiciones, y el 77% de los hispanos está en su contra. Si la elección se
efectuara ahora, Hillary Clinton obtendría el 47.3% de la votación con 347
votos electorales, contra el 41% de Donald Trump, con 191 votos electorales.
A la fecha, Trump ha
expuesto solamente vaguedades sobre la ejecución de sus políticas en medio del
circo de las primarias republicanas. Esta posición le permitió librar la
contienda por la ausencia de una discusión a fondo de las políticas entre los
precandidatos, y por la carencia de una plataforma estructurada de las
políticas públicas del Partido Republicano sobre la cual contender en la
elección de noviembre. Pero de aquí en adelante se enfrentará a una
contendiente del Partido Demócrata mucho más y mejor preparada políticamente,
como lo es Hillary Clinton, quien ha tenido la oportunidad de estudiar
cuidadosamente la trayectoria de la campaña de Trump y tiene diseñada una
contraofensiva en todos los frentes para contrarrestar los ataques de este.
Habría que agregar que Obama, un político experimentado, ha declarado su apoyo
a Hillary y hará campaña con ella, al igual que la senadora Elizabeth Warren y
Bernie Sanders, ambos con un amplio respaldo entre las filas progresistas del
Partido Demócrata y los independientes.
Afectará a Trump a lo
largo de la campaña la exposición de inconsistencias sobre sus posiciones
políticas relativas al aborto, la guerra en Irak, el matrimonio entre personas
del mismo sexo y otros temas de alta sensibilidad social, así como la revelación
de operaciones fraudulentas en el manejo de la supuesta “Universidad Trump”, la
quiebra de diversas empresas y negocios, la operación cuestionable de casinos y
casas de juego, y su negativa a publicar sus declaraciones de impuestos.
Existen otras áreas de preocupación.
Trump no solo ha demostrado su desconocimiento de la política exterior de
Estados Unidos y de la situación internacional, sino también de las bases
constitucionales y las leyes que norman a ese país, permitiéndose asegurar que
las fuerzas armadas estarán obligadas a atender sus órdenes, incluso si son
ilegales; que al líder de la mayoría Republicana en el Congreso, Paul Ryan, más
le vale estar de acuerdo con él, pues de no ser así habrá consecuencias; que el
juez federal Gonzalo Curiel, quien lleva el caso de la universidad de Trump,
debiera ser recusado del juicio por considerar el magnate que no es imparcial
al ser de ascendencia mexicana, y que impedirá el ingreso a Estados Unidos de
musulmanes, entre los temas más destacados, lo que revela a Trump como un
individuo arbitrario, racista, poco respetuoso de las leyes y de la separación
de poderes.
No obstante, nada está
decidido y muchas cosas pueden suceder en estos meses antes de la elección de
noviembre. La forma tan impredecible en que Trump ha conducido su campaña y el
descontento del electorado pudieran tener como resultado el triunfo de aquel.
Para ello, tendría que remontar la ventaja de Hillary en las preferencias del
electorado en 10% y alcanzar 305 votos electorales, por lo que tendría que
obtener la mayoría en cinco estados clave capturados por Obama en 2012. Para
lograr esta ventaja, Trump tendría que sumar, además de la población blanca
tradicional republicana, a los trabajadores blancos de bajos ingresos (los blue-collar),
a las iglesias cristianas, a la población afroamericana y a las minorías
étnicas, especialmente el voto hispano, escenario que se observa difícil de
alcanzar.
El cálculo político de la
aritmética de Trump para alcanzar la presidencia es que la suma del electorado descontento
política y económicamente en Estados Unidos es mayor que las minorías a las que
él hace responsables de todos los males que aquejan al país. Para ello, Trump
señala culpables con el fin de canalizar el enojo de la población hacia los
inmigrantes, hacia los mexicanos, hacia los musulmanes, hacia China, hacia
México. Probablemente su cálculo esté equivocado; de acuerdo con las encuestas,
Trump obtendría entre 11% y máximo 23% del voto hispano, 30% del voto femenino
y 43% del voto de los jóvenes, cifras por debajo de las obtenidas por Romney en
la última elección, en la que perdió ante Obama y obtuvo solamente el 27% del
voto latino después de su infortunada declaración sobre la “autodeportación” de
los inmigrantes indocumentados.
Parece ser que la aritmética
política de Trump no va a funcionar. No se puede insultar y demonizar a todo el
mundo sin que pase nada. El que siembra vientos, cosecha tempestades.
Fernando Sepúlveda Amor es
director del Observatorio Ciudadano de la Migración México-Estados Unidos.