jueves, 22 de enero de 2015

Soledad Loaeza y las certezas perdidas

En el número de enero de la revista Nexos hay un ensayo que resulta pertinente ante lo que podríamos llamar la crisis de México en el siglo veintiuno. Está signado por Soledad Loaeza y se
titula Discurso por la discontinuidad en la historia. Loaeza aboga por dejar de ver a la historia de México como un proceso continuo, ascendente y predeterminado, una narración que acomoda los acontecimientos, las decisiones y las aspiraciones humanas, como si estuvieran encaminadas a provocar un desenlace preestablecido.

Es el relato que nos cuentan en las escuelas y vertebra los discursos oficiales: entre la Independencia, la Reforma y la Revolución hay una cadena que da sentido a la historia de los mexicanos y sus luchas. Cada momento prepara al que le sigue. El PRI, con el PNR y el PRM como antecedentes, y nuestros próceres, desde Hidalgo hasta Cárdenas, pasando por Morelos, Juárez, Madero y Zapata, encarnan y hacen posible el glorioso destino de México, son como un equipo de atletismo que se pasa la estafeta hasta llegar a la meta.

Es muy común creer que nuestros dirigentes actúan con clarividencia o como si estuvieran gobernados por los designios superiores de la historia. Los que alaban al régimen ven en la historia el ascenso continuado hacia el desarrollo de México. Quienes lo critican interpretan lo acontecido como la conspiración que está en el origen de nuestras carencias y fracasos. En ningún caso se examinan las circunstancias concretas que rodearon a nuestros “héroes” o “villanos”, la inevitable ignorancia que no les permitía anticipar las probables consecuencias de sus actos, las posibilidades que tuvieron frente a sí y que finalmente rechazaron, las condiciones que imponían límites a su voluntad.

La historia consabida no tiene consciencia del carácter abierto de lo que deviene antes de convertirse en lo devenido. No busca comprender la contingente conexión de decisiones, el azar y la incertidumbre que está detrás de lo que acontece. Antes que analizar prefiere elogiar o denostar a partir de la creencia de que las cosas tenían que suceder de la manera en que lo hicieron.

Coincido con la visión de Soledad Loaeza y pienso que necesitamos hacer otra historia, una que desmitifique el pasado, y nos ayude a saber cómo sucedieron los hechos que nos traído hasta donde estamos, cómo influyeron el azar y las decisiones, los desenlaces inesperados y los telones de fondo que constriñen la capacidad de los hombres para materializar sus propósitos. Cuando Calles fundó el PNR, señala Loaeza, no tenía la intención de crear el partido que monopolizara el poder los próximos setenta años. Simplemente trataba de lidiar con la crisis política provocada por el asesinato de Álvaro Obregón. ¿Si esto último no hubiera ocurrido, habría sido fundado el PNR?

Podría haber una historia de la conversión del PNR en PRM, y luego en PRI, que nos la cuente no como una evolución producto de una gran sabiduría institucional, sino como el resultado de una serie de rupturas y discontinuidades en las que intervinieron muchas circunstancias, algunas de ellas relacionadas con las tensiones que atravesaron el siglo veinte mexicano.

Si la historia debe ser reexaminada, entonces habrá que repensar todo nuestro pasado. Dejar de ver la Conquista, por ejemplo, como el hecho del que salimos derrotados por los invasores y comenzar a preguntarnos si algo de la gloria de Cortés también nos corresponde a los mexicanos, quienes, por cierto, hablamos castellano y no nos explicamos como pueblo sin el componente español. O mirar la Independencia no como el triunfo del pueblo mexicano sobre el imperio español, sino como el resultado de un acuerdo de las élites mestiza y criolla para mantener vigente, con los cambios necesarios, el sistema de dominación heredado de la Colonia.

Lo mismo podemos decir acerca de la transición a la democracia. Tal vez pueda ser contada no como una historia de éxito impulsada por la generosidad de los partidos políticos y sus cúpulas, y tampoco como la consecuencia de la evolución cívica del pueblo mexicano. Más bien, parece haber sido el desenlace inesperado de la incapacidad del PRI para mantenerse en el poder y la acción oportunista de los principales partidos opositores; eso sí: también tuvo como impulso a las movilizaciones de amplios sectores de la sociedad civil.

Ahora que se derrumba frente a nuestros ojos la antigua fortaleza del estado mexicano, ahora que las conquistas de la revolución de 1910 han quedado lejanas en el tiempo, nos debe quedar claro que la historia es un proceso abierto en el que hay ganancias y pérdidas, avances en un sentido determinado, pero también retrocesos, desenlaces inesperados. Así, el presente, lo que hoy acontece, se nos aparece lleno de incertidumbre. No hay guión y tampoco dramaturgo, sólo la contingencia provocada por actores que creen saber adónde van pero ignoran los efectos de sus actos.