Hace unos días participé en un panel
sobre el futuro de las humanidades y su cultivo en las universidades. Fui
invitado por Julio Ortega, distinguido profesor del Departamento de Español de la Brown University, en Providence, institución que en los últimos años se ha
convertido en un gran espacio de encuentro entre académicos latinoamericanos,
americanos, ibéricos y de más allá, todos identificados con el estudio de las creaciones culturales.
Cada año, el
profesor Ortega organiza el Congreso Internacional de Estudios Trasatlánticos
en los que se organizan muchas mesas de discusión sobre crítica, trabajos
literarios y de ciencias sociales, y en general sobre temas culturales de
nuestro tiempo. Cabe decir que, entre otros personajes ilustres, Carlos Fuentes
fue un asiduo visitante de estos seminarios en la Brown University.
Los asistentes al
panel eran directivos de facultades latinoamericanas de ciencias sociales y
humanidades. Prevalecían sentimientos de preocupación porque el espíritu de la
época actual otorga más importancia a la técnica, la eficiencia y la producción
de bienes exteriores, a expensas del cultivo de las humanidades y las llamadas
ciencias del espíritu. Esto significa un desafío a las universidades.
Cada vez más, los
estudiantes prefieren estudiar disciplinas empresariales o técnicas, y desdeñan
las materias relacionadas con las artes, la filosofía, la literatura, la
historia y las ciencias sociales en general. Un caso que se señalaba tras
bambalinas era que en algunas universidades estadunidenses se está dejando de
enseñar ruso y francés. Ahora, por cierto, comentaba alguien, el estudio del
chino está ganando terreno, lo cual podría ser resultado de una motivación empresarial.
¿Y qué pensar de que mientras están en el aula, algunos alumnos, en vez de
poner atención a la cátedra del maestro, prefieren chatear y navegar en
Internet?
Con todo, el asunto
no se reduce a eso, pues de todas maneras hay muchos públicos en los que
prevalece el interés por la alta cultura. Además, se ha mantenido una vigorosa
producción de obras en estos campos. El tema de fondo tiene que ver con la
definición de las humanidades que hizo Carlos Peña, rector de la Universidad
Diego Portales de Chile: la idea de que es a través de la lectura como el
hombre se humaniza; a esto yo agregaría que se humaniza porque desarrolla sus
capacidades de comprensión y expresión de la belleza, la verdad y los
sentimientos asociados a la búsqueda del bien y la justicia.
¿Puede haber, en
este sentido, actividad más elevada que leer? A este quehacer pertenece la
capacidad de interpretar las realizaciones de la cultura en cualquiera de sus
manifestaciones: desde saber escuchar música y mirar los productos de las artes
visuales, por ejemplo, hasta conversar con los demás para enriquecer el punto
de vista propio como resultado de tomar en serio sus argumentos.
¿Qué está pasando
hoy en día con todas estas capacidades? ¿Las están adquiriendo de forma
adecuada nuestros estudiantes? ¿Estamos seguros de que aprenden a distinguir lo
que es bello, lo justo, lo correcto, lo verdadero, lo realmente importante,
como criterios para decidir la propia conducta y alcanzar una concepción de sí
mismos y del mundo? Estas son cualidades humanas por definición. Implican la
posibilidad de situar la realidad inmediata de cada quien en su contexto más
amplio.
Inés Sáenz,
Directora de Humanidades del Tecnológico de Monterrey, señalaba que hoy es
mucho más difícil relacionar nuestra experiencia particular con un relato más
amplio en el que aquel se incluya y alcance un significado más pleno. Si
vivimos sólo a partir del momento, sin interpretar nuestra vida en el arco
general de nuestra existencia y la realidad del mundo y su historia, entonces
no tenemos criterios para juzgar lo importante; nos volvemos frívolos y
superficiales.
Lo que es más
grave: dejamos de pensar; y cuando leemos, en vez de ilustrarnos y aprender a
evaluar las cosas de acuerdo con un juicio ponderado, confirmamos nuestros
propios prejuicios y vicios mentales. De nada sirve leer si no tenemos
criterios para discriminar la información, organizarla y encontrarle sentido.
Esta es la gran tragedia de la cultura contemporánea: hay muchísima información
al alcance de muchas personas, pero muy pocas poseen las cualidades mentales
para convertirlas en conocimiento relevante para orientarse en el mundo.
Y estas son,
precisamente, las cualidades que se forman cuando se cultivan las humanidades
con seriedad. Necesitamos técnicos, empresarios y profesionistas de todas las
áreas del quehacer económico, pero dotados de la capacidad de comprender lo que
ven, evaluarlo, juzgarlo y obrar en consecuencia. De otra manera, estaremos
formando meros autómatas, seres sin espíritu ni visión interesante de la
realidad. Ese futuro nos espera a menos que demos un fuerte impulso al cultivo
de las humanidades.