lunes, 6 de julio de 2015

Keynes y la crítica moral del capitalismo

 La crisis del capitalismo de 2008, cuyos efectos aún  padecemos, ha provocado un redescubrimiento de Keynes en  busca de soluciones para las dificultades que encaran las  economías contemporáneas. Así nos lo advierten Roger E.  Backhouse y Bradley W. Bateman en su libro titulado John  Maynard Keynes, Un capitalista revolucionario, traducido al  español por el Fondo de Cultura Económica.
 Hasta hace poco Keynes era un autor en desuso o mal  comprendido, luego de que durante varias décadas,  aproximadamente de 1940 a 1970, su enfoque de  pensamiento dominó las políticas económicas en los países  occidentales. 
 El ocaso de su influencia comenzó a ocurrir cuando a  mediados de los años setenta se presentó un aumento sin  precedentes de los precios del petróleo. Muchos países,  incapaces de mantener el ritmo de crecimiento que habían  alcanzado durante años, fueron presa del desempleo combinado con una inflación incontrolable de los precios. Lo que durante mucho tiempo fue útil de pronto dejó de servir, y las ideas de Keynes fueron consideradas como la causa del malfuncionamiento de las economías. 
El inglés Keynes, cuya formación inicial fue en el campo de las matemáticas, se convirtió en un economista célebre a raíz de la publicación de su libro La teoría de la ocupación, el interés y el dinero, en 1936, en el que configuró un lenguaje para pensar y diseñar, de forma sistemática, las políticas económicas. Esto no significa, contrariamente a lo que se suele creer, que Keynes haya sido el gran innovador de la gestión de las economías y el diseñador absoluto de las soluciones que permitieron superar la Gran Depresión que siguió a la crisis del 29.
 Backhouse y Bateman nos aclaran que desde antes de que Keynes escribiera su libro ya se estaban aplicando las medidas de intervención gubernamental en las economías para procurar la superación del desempleo y el estancamiento. El mundo del Laissez faire ya había venido quedando atrás. Lo que sí hizo Keynes fue construir el marco teórico para discutir y dar sustento conceptual a las políticas que se aplicaron durante la posguerra, esas que posibilitaron la  estabilidad de precios, el crecimiento y los buenos niveles de empleo y prosperidad que caracterizaron a las economías occidentales en el corazón del siglo veinte. Como el propio Milton Friedman lo reconocería, ya entrados los años 70, todos se volvieron keynesianos, o, lo que es lo mismo, la forma de mirar la economía se hizo en clave de Keynes.
 Según Keynes el requisito para mantener el capitalismo funcionando adecuadamente consiste en elevar la capacidad adquisitiva de la población, de manera que se incremente la llamada demanda efectiva de bienes y servicios en niveles que permitan un cierto dinamismo de la economía. En la visión de Keynes “si la gente gastara más, afirman Backhouse y Bateman, habría mayor producción, y curiosamente, mayores ingresos”. Por consiguiente, el estado tendría que invertir y gastar y favorecer con ello la oferta de empleos y el incremento de la producción. Los impuestos tendrían que disminuir sólo en la medida en que permitan mantener los niveles adecuados de empleo.
Bajo estas premisas, las economías funcionaron exitosamente. El problema vino cuando dejaron de ser suficientemente productivas, los precios no pudieron ser controlados y el empleo cayó a niveles peligrosos. La salida se encontró en liberar a los mercados del control gubernamental, disminuir el gasto público y bajar los impuestos a los ricos. Se pensó que los mercados pueden funcionar perfectamente si se deja a los agentes económicos actuar con libertad: si estos buscan sin restricciones su beneficio particular terminarán provocando el beneficio de los demás. Mientras menos impuestos y menos regulaciones oficiales se apliquen mejor, con lo que también se justifica que el estado deje de apoyar a ciertos grupos o clases sociales que lo necesiten.
Esta manera de pensar se impuso en casi todos los países durante los últimos treinta años. En los hechos, el fantasma de las complicaciones económicas no se erradicó: hemos padecido crisis económicas constantes y la elevación de la pobreza y el desempleo en muchos países del mundo. Keynes fue un crítico moral del capitalismo. En este sentido, al menos, sus planteamientos mantienen su vigencia, sobre todo si consideramos que las crisis de las economías contemporáneas tienen que con el desenfreno y la persecución de ganancias fáciles, muchas veces producto de la especulación financiera.
Probablemente las medidas keynesianas aplicadas en la época del capitalismo clásico del siglo veinte no regresarán. Sin embargo, sus advertencias morales son todavía válidas. Para muestra, este pensamiento suyo: “El empresario sólo es tolerable mientras se pueda considerar que sus beneficios guardan cierta relación con lo que sus actividades hayan contribuido a la sociedad”. Lo mismo, creo, aplica a los políticos.