El anuncio presidencial de crear una Secretaría de Cultura es una buena noticia. Si se pone cuidado en diseñar adecuadamente las
estructuras y las políticas de esta nueva entidad, si se vigila que tenga un
buen desempeño cotidiano, el gobierno federal contará con un recurso importante
para mejorar su eficacia pública y contribuir a que se respiren aires distintos en la nación.
Acaso haya que disipar la insensibilidad de algunos sobre este asunto. Tengo temor de que no se considere bueno impulsar la cultura desde el gobierno, y de que se argumente que el mercado debe ser el único o el principal mecanismo regulador de la cultura. Nada más erróneo.
La creación de esta entidad es algo que se ha discutido hasta la saciedad, una lucha de muchos y desde hace mucho tiempo. De cualquier manera, una nueva polémica ha comenzado.
Acaso haya que disipar la insensibilidad de algunos sobre este asunto. Tengo temor de que no se considere bueno impulsar la cultura desde el gobierno, y de que se argumente que el mercado debe ser el único o el principal mecanismo regulador de la cultura. Nada más erróneo.
La creación de esta entidad es algo que se ha discutido hasta la saciedad, una lucha de muchos y desde hace mucho tiempo. De cualquier manera, una nueva polémica ha comenzado.
Luis González de Alba señaló, palabras más palabras menos, que se trata de una medida política para quedar bien con los intelectuales y artistas mediante el reparto de cargos, recursos y becas. Una especie de nueva versión de la política echeverrista de creación de nuevas universidades para contentar a un sector tradicionalmente radical. No se puede negar que se corre ese riesgo y hasta podría pensarse que esa podría ser la agenda oculta del gobierno. Sin embargo, ello no sería razón suficiente para dejar de apoyar la creación de la secretaría; de cualquier manera, será una estructura que va a trascender el sexenio y que podría, en caso necesario, corregir sus fallas con el tiempo. Además, estará en la mira de uno de los sectores que se supone es de los más lúcidos y participativos del país.
Lo importante es que la creatura nazca bien: dotada de
capacidades institucionales suficientes y, sobre todo, con una clara visión de
sus tareas. Para ello, la clave, naturalmente, es que el debate arroje buenas
conclusiones y que éstas sean tomadas en cuenta por el ejecutivo federal.
En una entrevista con Jaime Barrera para Milenio TV,
Raúl Padilla calificó la iniciativa como un gran anuncio. En su óptica,
fortalecer las industrias culturales y la cultura en México contribuiría al
desarrollo general del país. No es casual que los países desarrollados apoyen
de diversas formas a sus industrias culturales, pues éstas favorecen el
crecimiento económico y el empleo. Y si en algo somos fuertes en México, es
precisamente en el campo de la cultura. El patrimonio que nos legó nuestra
cultura milenaria, como nuestras zonas arqueológicas por ejemplo, añadió
Padilla, constituye un gran potencial de atracción turística que debe
aprovecharse.
Otros personajes también han apoyado la propuesta.
Enrique Krauze, por ejemplo, según consigna El Universal, declaró: "Yo
creo que México siempre se ha distinguido por una credibilidad cultural y por
un dinamismo cultural y espero que esta iniciativa se traduzca en apoyos
eficaces a la cultura para que esta zona cultural del país ayude a las
otras".
Otro comentario similar es el de Vicente Rojo:
"Creo que la cultura es un antídoto contra la violencia". En el mismo
sentido, de expresar su satisfacción por la iniciativa, se manifestaron Víctor
Flores Olea, Eduardo Matos Moctezuma y el compositor Federico Ibarra.
Tal vez el lector se pregunte si todas estas
declaraciones no surgen de expectativas demasiado altas sobre las bondades que
podría traer una Secretaría de Cultura. La vieja discusión, por ejemplo, de
cómo fue posible que el pueblo alemán, tal vez el pueblo más educado del mundo,
haya apoyado a los nazis, nos recuerda que la cultura no necesariamente es
"un antídoto contra la violencia".
Sin embargo, promover el conocimiento de la alta
cultura y la cultura que ha forjado nuestra identidad histórica, proteger y dar
a conocer nuestro patrimonio tangible e intangible, apoyar la creatividad de
nuestros artistas y la pujanza de nuestras industrias culturales, reconocer y
estimular la forma en que el mexicano se apropia de los valores culturales
universales... son necesidades imperiosas para fortalecer la vida de nuestra
nación. Debemos, por ejemplo, comprometernos con la promoción de la lectura y
hacer de ella una política pública central.
Una nación se forja auténticamente cuando entre sus
ciudadanos prevalecen sentimientos comunes de pertenencia e identidad, por
encima de los sentimientos individualistas y egoístas; cuando sus habitantes
desarrollan un criterio para tomar posición frente al mundo y lo que de éste
resulta significativo y valioso; cuando las mujeres y hombres tienen la
sensibilidad suficiente como para encontrar un sentido de la vida que los
enaltezca. Todo esto también está involucrado en la cultura. Por eso,
custodiarla es una misión del Estado, sin que eso implique sometimiento ni
imposición de valores culturales oficialistas. Todo lo contrario: la
creatividad de los mexicanos existe y florece de manera espontánea, de lo que
se trata es de dotarla de condiciones para que se despliegue.