Es pretensioso, inocente y
subjetivo el hecho de querer encajar en un diminuto artículo de opinión la
incipiente relación entre la ciudadanía y la democracia. Las investigaciones
del tema son rigurosamente longitudinales. Por ello, no abordaré el plano filosófico;
pretenderé hacerlo práctico. La Constitución Mexicana de 1917 sienta las bases
del juego democrático en el país.
Algunas personas —quizá la mayoría— tienen una arraigada creencia de que la democracia sólo se ejerce y fue ejercida en las urnas en junio del año pasado.
Algunas personas —quizá la mayoría— tienen una arraigada creencia de que la democracia sólo se ejerce y fue ejercida en las urnas en junio del año pasado.
Es cierto, en parte. Aquella
fracción democrática sólo fue un proceso para elegir a la minoría que tomara
las decisiones de la mayoría. La Constitución mexicana, como mencione
anteriormente, crea las reglas del juego.
Nuestra carta magna se
muestra soberbiamente como una de las mejores del mundo. Y sin entrar a
detalles sobre las condiciones de facto del país. La hoja de papel tiene un
sofisticado, claro y preciso abanico de derechos; se expresan de forma clara
las facultades al igual que los límites de los poderes y los órganos autónomos.
Los derechos sociales, como los derechos laborales, gozan de gran protección
constitucional. La rendición de cuentas igual y los medios de control de la
constitucionalidad son potentes y lo es más debido a la reforma de derechos
humanos de 2011 y la obligatoriedad de la jurisprudencia de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos.
Un buen ciudadano hace uso
de los medios que tiene para hacer valer la democracia, en caso de que sea
transgredida. Yo mencionaré algunas claves para ejercer la democracia, ahora
recién integrados los cabildos municipales y las diputaciones, y una que otra
gubernatura. El conocimiento, la crítica y el uso de los recursos
institucionales son los medios para hacer valer la democracia, existen más,
pero sólo me limitaré a éstos.
El conocimiento. George
Orwell relató en su novela 1984 una sociedad sumergida en el autoritarismo. La
clave para que las elites en el poder gobernaran fue la ignorancia colectiva.
La ignorancia es poder y es el instrumento que las elites tienen para subyugar
a las grandes masas.
Es fehaciente que no
puedes exigir algo que no sabes; por lo tanto, estar informado es bueno, pero
lo es más cuando tienes pleno conocimiento. Lo mismo decía el dogma orweliano:
la información no es el poder, sino lo es el conocimiento. Cualquier ciudadano
puede estar informado de que hubo una reforma en materia de transparencia, pero
pocos tendrán el conocimiento de en qué consiste aquella adición.
La clave para ejercer
nuestra democracia está en conocer el terreno de juego. Cualquier ciudadano con
conocimiento de lo que dice su texto constitucional podrá saber —por poner un
ejemplo— que puede tener acceso a cualquier tipo de información de los
ayuntamientos —y la que es reservada lo será temporalmente—, como la
información relativa a sueldos de los regidores; concesiones; contratos de
bienes; permisos; legislación, etcétera. Toda la información que hay allí es
pública, y así lo señala la Constitución. De forma empírica sé que en los
ayuntamientos abunda el “presidente intocable”, el cual ni siquiera sabe que
está en calidad de “servidor público”, que sus actos u omisiones deben ir de
acuerdo con la Constitución.
A su vez, existen otros
derechos en la Constitución (artículos 1o.-29, el 123, etcétera), al igual que
un enorme abanico de tratados internacionales, con derechos muy detallados, más
que en la propia Constitución. Saber cuáles son tus derechos es tener
conocimiento de lo que puedes hacer y lo que te deben respetar, allí esta una
clave para el juego democrático.
La crítica. México tiene
una larga tradición intolerante, va desde el sector público como privado.
No es
coincidencia que éste sea uno de los países de América Latina más peligrosos
para ejercer el periodismo. Muchos de los mexicanos viven inconscientemente con
la idea del dogma de la verdad. Se debe entender —aunque cueste— que ningún
gobierno tiene plenamente la verdad de todos sus actos. Con ello me refiero a
sus políticas, sus acciones, sus omisiones, etcétera. Las personas que manejan
el gobierno, son —redundado— “personas” que cometen errores, tienen emociones,
etcétera; se pueden equivocar, y ahí es donde entra “la crítica”. Ya que
criticar sus actos u omisiones es totalmente democrático, e incluso ayuda a que
sean mejores. Por ejemplo, un presidente municipal tiene una idea o planifica
ya un plan de desarrollo, cuando, en eso, un grupo de ciudadanos critica con
base en argumentos que lo que él hace está mal porque descuida diversos
sectores. El primer regidor acepta esa crítica democrática y cambia el plan y
así ocurre una mejora colectiva. En cambio está la otra historia en que el
presidente hace y deshace y nadie dice nada, ¿quién paga? todos.
Por ello, escribir,
opinar, publicar, investigar, protestar, etcétera, construye una democracia y
la edifica, más aún cuando estas críticas son tomadas por los servidores
públicos. Claro, todo con base en argumentos, no subjetividades.
Usar los recursos
institucionales. Existe conocimiento pleno de los derechos, facultades, obligaciones,
etcétera, pero también está la crítica, basada en los argumentos que se deben
tener al conocer las leyes y documentos del gobierno, tales como la
Constitución, las leyes de egreso, reglamentos etcétera; ahora sólo es cuestión
de saber hacer valer los derechos.
El uso de los recursos
institucionales está ligado al conocerlos, por ello se debe conocer muy bien la
carta magna. Tal como mencioné en un principio, México tiene en su Constitución
una gama de garantías para hacerla valer. Tenemos el juicio de amparo, que
puede hacer valer tus derechos, y éstos pueden estar transgredidos por actos de
cabildo del municipio; a su vez, contamos con los institutos de transparencia,
en caso de que los ayuntamientos, Congreso o gobierno del Estado no quieran darte
a conocer alguna información —como usualmente pasa— puedes acudir a estos
órganos autónomos para que verifiquen y obliguen a entregar esta información de
forma gratuita, sin preguntarte para que la quieres; asimismo, existen las
comisiones de derechos humanos, que funcionan similarmente a los institutos de
transparencia; de igual menare, se cuenta con instancias internacionales, como
la Corte Interamericana de Derechos Humamos, la cual ha trabajado muy bien, y
ha emitido sentencias muy favorables en México. Como podemos ver, contamos con
muchos instrumentos, la cuestión es acudir a ellos sin temor alguno.
De lo anterior puedo
mencionar que cambiarían muchas cosas si la mayor parte de las personas
aplicaran estas tres ideas: el conocimiento, la crítica y el uso de los
recursos institucionales.
Empíricamente me he
encontrado con muchos servidores públicos que no tienen conocimiento alguno de
que pueda criticárseles democráticamente, y que se les pueda requerir
información. La mayor parte, personas, engendradas de una sociedad igual, está
más interesada en “las ferias, los grupos musicales, la televisión, el
Facebook” que en sus derechos.
Este inicio de año es
momento de cambiar. Las mejores democracias son producto de un buen gobierno,
pero también de una sociedad igual de buena. Dejemos atrás el dogma de que sólo
los analistas, juristas y científicos sociales pueden cambiar la democracia; en
efecto, hay que seguirlos y escucharlos, pero muchas veces éstos nos invitan a
seguir sus caminos, no importa si usted es profesor, médico, ingeniero o
albañil. Conocer sus derechos y las instituciones, ser crítico y usar los
recursos, hará que nuestro modo de vida colectivo sea mejor.
Oscar R. Hernández Meneses
Asistente de investigación en las líneas Derecho Constitucional y Ciencia Política