La llegada del papa
Francisco a nuestro país nos trae el planteamiento que hizo a fines de abril
del año pasado en una audiencia con los miembros de la Comunidad de Vida
Cristiana (Excélsior, 30 de abril de 2015):
Pero, ¿un católico puede involucrarse en política? ¡Debe!”.
Ha sido muy claro, sin
embargo, al afirmar que “un partido solo de católicos no sirve y no tendrá capacidad de convocatoria porque hará aquello para lo cual no ha sido llamado”.
Hace más de un siglo
(1911-1914) existió un partido católico en México: el Partido Católico
Nacional. Y terminó apoyando al usurpador Victoriano Huerta. Entonces enredó a
los creyentes en un enfrentamiento con los revolucionarios carrancistas que
costó el martirio de varios sacerdotes y laicos, como el del padre Galván en
Guadalajara a finales de enero de 1915.
Posteriormente, si resultó
muy significativa la experiencia organizativa de la Unión Popular de Jalisco, a
principios de la década de los veinte del siglo pasado, fue arrastrada, junto
con su líder, Anacleto González Flores, a la guerra cristera.
En términos de la
república, de hecho la Cristiada significó un rompimiento del Pacto Federal al
enfrentar a los habitantes del Bajío con los veracruzanos y tabasqueños,
encabezados por los gobernadores callistas Adalberto Tejeda y Tomás Garrido
Canabal.
El conflicto religioso de
1926-1929, y su secuela de los años treinta, motivaron a los católicos
inconformes a formar organizaciones secretas como Legión (o Legiones) y la
Base.
Algunos de los militantes
de estos grupos participarían abiertamente en la política mexicana a través del
Partido Acción Nacional y la Unión Nacional Sinarquista y sus distintos brazos electorales.
Pero nacidos como reacción
al cardenismo, y constituidos frente a las organizaciones obreras y
campesinas que apoyaban al régimen, tendieron a ubicar a los católicos a la
derecha del espectro político mexicano.
El modus vivendi que
Roberto Blancarte ha
definido como “el acuerdo oficioso establecido entre Estado e Iglesia entre
1938 y 1950” canalizó la participación política de los católicos por la vía
electoral. Y aunque siguieron existiendo organizaciones secretas, fueron cada
vez más combatidas por la jerarquía eclesiástica.
El Concilio Vaticano
II (a partir de 1962) trajo como resultado lo que el propio Blancarte ha
llamado “la total recuperación de la cuestión social y, en el caso mexicano, el
inevitable regreso de la Iglesia a las cuestiones públicas”. Entonces, algunos católicos, por su orientación
ideológica inevitablemente ligada a su posición frente a los vientos
conciliares, decidieron fortalecer otro tipo de organizaciones. Tal fue el caso
del Yunque, el MURO y Los Tecos, en el caso de la derecha, o el
Secretariado Social Mexicano y el Centro de Comunicación Social (Cencos) para
la izquierda.
Todavía hace treinta años
los estudiosos de los partidos y los movimientos sociales en México, como
Octavio Rodríguez Araujo, definían a Acción Nacional como el partido “natural”
de los católicos de clase media.
Para
el caso poblano, y también para mediados de los ochenta, Elsa Patiño Tovar ha
precisado que el sector empresarial y el PAN “siendo ambos de inclinación
católica no es raro ni que encuentren múltiples coincidencias ni tampoco que
tengan entendimiento con la Iglesia”.
Por el lado de la
izquierda, Rodríguez Araujo ha señalado en su libro: La reforma política y los
partidos en México (11a. ed., Siglo XXI Editores, 1991,) que en el Comité
Nacional de Auscultación y Coordinación (CNAC), que se formó en noviembre de
1971, y del que nacerían el Partido Mexicano de los Trabajadores y el Partido
Socialista de los Trabajadores (cuyos militantes dirigirían después al PRD),
participaron inicialmente organizaciones con presencia católica como el Frente
Auténtico del Trabajo.
Cuando el Partido
Comunista Mexicano se aprestaba a participar electoralmente a raíz de la
Reforma Política de 1977, todavía se podían presenciar fructíferos intercambios
de ideas entre comunistas y católicos progresistas. Y sabemos que en la
formación del Partido de la Revolución Democrática participaron católicos
progresistas, que a lo mejor se diluyeron en las luchas entre las “tribus” o en
las agendas establecidas por ese partido para responder a sus clientelas
liberales de la Ciudad de México, impuestas a las regiones gobernadas por
perredistas.
La salida del PAN de
algunos de sus ideólogos más destacados, como Efraín González Morfín,
identificados con la doctrina social de la Iglesia, se sumó a las victorias que
comenzó a conseguir el blanquiazul en algunos estados y ciudades importantes,
para que su dirigencia y los abanderados de ese partido dejaran a un lado sus
principios de doctrina y se vieran rebasados por el oportunismo y la
corrupción, particularmente a partir de que arribaran a la Presidencia de la
República.
Así, el divorcio entre los
partidos y la sociedad mexicana trajo consigo, necesariamente, la pérdida de
identidad de los católicos con aquellas organizaciones políticas que alguna vez
se reclamaron depositarios del pensamiento social de la Iglesia, o la ruptura
del diálogo con los partidos de izquierda que dicen luchar por aquellos que son
la opción preferencial del catolicismo.
En su artículo del diario
La Jornada del 4 de febrero de 2016, Octavio Rodríguez Araujo ha definido bien
el problema central que nos ocupa. “Estos (los partidos), por su lado, incluso
en el PAN y no sólo en las organizaciones de izquierda, se fueron separando
cada vez más de sus bases militantes… e iniciaron arreglos con las élites
burocráticas de la administración pública y el Congreso de la Unión hegemonizado
por el PRI”.
En suma, ha subrayado el
mismo académico, especialista en partidos políticos, que “al igual que en otros
muchos países los partidos fueron abandonando poco a poco sus identidades
propias… y a competir por cargos públicos y no más por proyectos
ideológico-políticos”.
Si los partidos políticos
en México no representan algo que pueda llamar a los católicos a participar en
política, ¿cuál será la manera en la que un católico debe hacer política?,
¿dónde está el espacio para que el católico deba involucrarse en la política?
Alfonso Guillén Vicente
Profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Baja California Sur