El panorama presentado por
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) acerca de la situación en
nuestro país es desolador.
El gobierno mexicano se
apresuró a responder que el informe, por incurrir en generalizaciones y falta de matices, no corresponde a la realidad; pero lo cierto es que, más allá de
las puntualizaciones que habría que hacer, el documento señala una serie de
fenómenos innegables cuya persistencia debilita el Estado de derecho y
menoscaba la calidad de vida de los habitantes.
El extenso reporte —241
páginas a renglón cerrado— pone énfasis en las desapariciones forzadas, las
ejecuciones extrajudiciales, la tortura, la inseguridad ciudadana, la
vulnerabilidad de periodistas y defensores de derechos humanos, las
dificultades del acceso a la justicia y los niveles críticos de impunidad.
No falta alguna afirmación sin sustento. La CIDH asevera, en relación con la desaparición de los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, que el caso “es una muestra de las graves deficiencias que sufren las investigaciones sobre estos hechos y la impunidad estructural y casi absoluta en que suelen quedar estos graves crímenes”, soslayando que, a pesar de las deficiencias que puedan encontrarse en la indagatoria, más de 100 personas están siendo procesadas como presuntos responsables de esos hechos. Si la CIDH considera que son chivos expiatorios, estaría moralmente obligada a exigir que se les ponga en libertad inmediata.
La CIDH advierte que la
crisis de violencia y de seguridad se inició en 2006 con la llamada guerra
contra el narcotráfico, que ha ocasionado la pérdida de más de 100 mil personas
y miles de desapariciones y de desplazamientos en el territorio nacional. En
consecuencia, exhorta al gobierno mexicano a reorientar el abordaje del tema de
drogas de un enfoque de militarización y combate frontal usando la fuerza
pública a uno con perspectiva integral, de derechos humanos y salud pública sobre
las adicciones y el consumo sin fines de distribución. En ningún momento, sin
embargo, se pronuncia por la despenalización, que vendría a constituir la
verdadera reorientación en el abordaje del tema de las drogas.
La CIDH, si bien
recomienda fortalecer la capacidad de la policía y de las procuradurías, omite
el diagnóstico del problema que está en el origen de la situación que denuncia:
la debilidad institucional, los vacíos de autoridad en numerosas regiones de la
República Mexicana. Esa debilidad y esos vacíos ocasionan que grupos
criminales, con frecuencia en colusión con autoridades, impongan su ley bárbara
y queden impunes; que desaparezcan miles de personas; que se entierren cientos
de cadáveres en fosas clandestinas; que segmentos de la población tengan que
sufrir cotidianamente extorsiones y secuestros; que las víctimas no sientan
incentivos para denunciar, y que la tasa de homicidios dolosos, aun cuando ha
descendido, siga en niveles desmesuradamente altos.
Lo que ha erosionado
nuestro Estado de derecho y la convivencia civilizada es la impunidad. La
impunidad alienta a los potenciales delincuentes a llevar a cabo sus propósitos
delictivos y genera en la población la sensación de indefensión absoluta: no es
sólo que la criminalidad lastime o destruya vidas, sino que la falta de
investigaciones rigurosas parece indicar que, independientemente de leyes y
organismos públicos para atenderlas, las víctimas en realidad no importan al
aparato estatal.
Esa impunidad viola
constantemente un derecho humano básico: el derecho a una procuración de
justicia pronta y eficaz, el derecho de las víctimas y del conjunto de la
sociedad a que los presuntos delincuentes sean debidamente juzgados en un plazo
razonable, sobre todo tratándose de los delitos más perniciosos.
No está mal que el
gobierno mexicano apunte las imprecisiones y los errores de los informes sobre
lo que está sucediendo en el país; pero mucho más importante es que se atiendan
los problemas detectados, los vicios y las insuficiencias institucionales, de
todos conocidos, que han impedido la consolidación del Estado de derecho y
dañado seriamente o destruido la vida de muchos mexicanos, y que a todos nos
producen decepción y desasosiego.
Luis de la Barreda
Solórzano
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas