Para el pensador francés
Michel Foucault (1926-1984) el único problema digno de consideración era
indagar las entrañas del poder. ¿Qué es el poder? Si el poder es auténtico y
cabal, entonces tiene potestad sobre la vida y la muerte.
Para desentrañar la
esencia del poder, Foucault proponía analizar tres instituciones típicas de la
modernidad: la clínica, la cárcel y el manicomio (locura). La razón es que allí
es donde mejor se manifiesta el poder, porque allí es donde se decide sobre la
vida y la muerte. Llama la atención que ni el cadalso ni el patíbulo ni la cámara
de tortura sean tan relevantes. La vida y muerte que tiene en sus manos el
poderoso significa poder de inclusión o exclusión de la sociedad, y la clínica,
la cárcel y el manicomio son las zonas de exclusión por excelencia; limítrofes
respecto del espacio donde es posible una “vida digna”, humana, según las
disposiciones del poder.
En el caso de la clínica y
el manicomio, aunque también de la cárcel, el poder juega con los conceptos
sano y patológico para decidir quién está dentro y quién fuera; quién merece la
muerte y quién seguir viviendo. La muerte es también entendida en sociología
como exclusión social, y el enfermo (corporal o mental) vive excluido de la
sociedad.
En el caso nuestro sobre
el consumo de la marihuana, se discute sobre lo dañino o benéfico de su consumo
a manera de argumentación a favor o en contra de su despenalización. Lo que
llama la atención en este caso nuestro (y pese a la constante presencia del
poder organizando debates) es la ausencia de análisis sobre los términos salud
y enfermedad, subsidiarios de lo normal y lo patológico.
Evidentemente, el problema
sobre la estructura y comportamiento de lo sano y enfermizo (normal o
patológico) es muy vasto, como se puede ver en casos tan diversos como un
“invertido sexual”, un diabético o un agripado. Cada caso de enfermedad plantea
problemas de anatomía, embriología, fisiología, psicología, etcétera. Sin
embargo, parece que no plantea problema alguno de sociología o filosofía del
poder, cuando conceptos, como sano o enfermo (normal y patológico) tienen una
relevancia social.
Se ha hecho notar que
distinguir entre lo normal y lo patológico supone incluir una “normatividad”
dentro de la biología, proyectando de esta manera la idea de progreso humano en
la naturaleza. A esto se le conoce como la seducción evolucionista (producto
del social darvinismo) que ha pretendido (y pretende) dictar la manera de
superar lo natural-salvaje a través de su domesticación o civilización. Nadie
puede negar que hablar de salud y enfermedad significa hablar de formas de vida
logradas y fallidas, y para distinguir entre ambas es necesario conocer las
obligaciones que se imponen al hombre en el mundo moderno. Éstas no son las
mismas del pasado; por un lado, el hombre moderno vive estresado bajo las
obligaciones múltiples de la vida actual. Por otro lado, la historia acusa
distintas nociones de normal y patológico; como las impuestas por la escuela
dinámica o la escuela ontológica.
La concepción ontológica
de la enfermedad concebía a la enfermedad como algo que le sobreviene al hombre
y se localiza o manifiesta en sus síntomas. La concepción dinámica de la
enfermedad no localizaba el “mal” en alguna parte del cuerpo, sino consideraba
su falla integral, totalizante, como una especie de dis-armonía del cuerpo
enfermo respecto a su entorno social. Según ésta, la naturaleza normal del
hombre se encuentra en equilibrio o armonía con su entorno y la enfermedad
representa precisamente la descomposición de ese equilibrio u armonía. Dentro
de la primera escuela, al enfermo había que curarlo “en familia”, mientras que
para la segunda, había (hay) que excluirlo de la sociedad y recluirlo en la
clínica o manicomio.
En el caso de los
consumidores de marihuana, adictos a la yerba, el dilema entre sano o enfermo
se analiza desde un concepto funcional de enfermedad (que corresponde al de la
escuela dinámica). Porque el adicto (si todo consumo es adictivo, todo
consumidor es un adicto) se encuentra en dis-armonía con su entorno, rompe con
las obligaciones impuestas y con el programa social para
llegar-a-ser-un-mejor-ciudadano. La reclusión es necesaria e inevitable, porque
su enfermedad opera a manera de lucha interna entre el adicto y algo que le es
extraño y lo mantiene fuera de control. Solamente la técnica médica puede
salvarlo y restablecer su salud, ya que nada bueno se puede espera de aquél que
abandona sus obligaciones sociales y se convierte en un descontrolado. Esto,
dicho sea de paso, indudablemente alude a un viejo enfrentamiento entre técnica
y naturaleza (entre civilización y barbarie) y también a una vieja discusión
entre quienes admiten y/o rechazan la posibilidad de someter la condición
humana a las “intenciones normativas” (curativas) de la sociedad.
Si el pernicioso alcohol
(o las bebidas embriagantes) es visto de distinta manera, y no entra de nuevo
en la discusión sobre su autorización o prohibición, es porque se le analiza
desde distinta óptica. Me explico: sano y enfermo es entendido en el contexto
de la discusión sobre la marihuana con una “a” (de a-normal) o con un “dis” (de
dis-función), y en el caso del alcohol con un hipo (menos) o hiper (más). Estos
dos últimos prefijos (menos/más) hacen alusión a una variación cualitativa de
lo normal y no a una ausencia de lo normal, como en el caso de los primeros
prefijos (a/dis); por eso, el alcohol es tolerado y la marihuana no. El alcohol
únicamente “exacerba” los estados normales en circunstancias determinadas,
mientras la marihuana los destruye.
¿Cómo resolver el problema
respecto al consumo de marihuana? Primero, hay que admitir que la medicina es
una técnica antes que una ciencia, localizada en la encrucijada de muchas
ciencias; segundo, no se puede negar que el estudio de las enfermedades es una
estrategia para controlar el cuerpo dentro de los límites de lo saludable. Por
tanto, un punto decisivo en la discusión debe ser el criterio elegido sobre lo
normal y lo patológico.
Guillermo José Mañón Garibay
Guillermo José Mañón Garibay
Investigador en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM