A nuestros políticos
les encanta la grandilocuencia. Aprovechan cada oportunidad que tienen para
salir a hacer grandes anuncios, para poner las primeras piedras de proyectos
que nunca se van a terminar, para inaugurar hospitales que jamás recibirán a
ningún paciente y para anunciar la construcción de puentes vehiculares que van
desde la nada hacia la nada (nuestras carreteras están plagadas de ese tipo de
puentes).
Los programas del gobierno
federal en contra de la pobreza han tenido más de 320 mil millones de pesos en
los últimos 20 años (y se les ha cambiado el nombre 4 veces en dicho periodo de
tiempo). La pobreza ha disminuido del 50,4% al 50.3%.
En el mismo lapso, China
ha logrado sacar de la pobreza a 400 millones de personas, gracias a tasas de
crecimiento de más del 8% anual en promedio (nosotros hemos crecido al 1.2% en
promedio, en los últimos 20 años). Algo estamos haciendo muy mal en este rubro,
pero cada año nuestros políticos se siguen llenando la boca con el abundante
presupuesto destinado a “desarrollo social”, el cual es muy mal administrado
por una inmensa burocracia que se queda con la mayor parte de los recursos que
en teoría deberían llegar a las familias más pobres del país. Lo peor de todo
es que nadie ha llamado a cuentas a los exsecretarios de desarrollo social para
hacerles ver su fracaso, ni parece que eso vaya a pasar con la actual titular
del ramo, cuyo conocimiento del tema se antoja bastante escaso.
Se está construyendo el
proyecto de infraestructura más ambicioso de las últimas décadas: un nuevo
aeropuerto para la ciudad de México con un costo de 9 mil millones de dólares.
A mi me parece muy bien que se haga, pues soy usuario hiperfrecuente del actual
aeropuerto y me doy cuenta de sus muchas limitaciones. Pero también soy –antes
que viajero- un ciudadano que se siente engañado por una clase política que
sabe muy bien hacer grandes anuncios, pero que es del todo incompetente para
hacer realidad los pequeños cambios que son los que –a la postre- mejoran la
calidad de vida de todos.
Por ejemplo, en la ciudad
de México tendremos un aeropuerto de primer mundo, pero nuestras calles
seguirán teniendo banquetas en un estado deplorable. Es casi imposible caminar
en la mayoría de las colonias de la Ciudad porque simplemente no hay forma de
hacerlo: las banquetas (suponiendo que existan, ya que no las hay en todos
sitios) están repletas de hoyos, casi siempre mal parchadas, son discontinuas,
están ocupadas por coches que se estacionan en ellas, por vendedores
ambulantes, por talleres de reparación de llantas, inundadas cuando llueve,
etcétera.
La posibilidad de
disfrutar el día a día de una ciudad no depende de su aeropuerto, sino de sus
banquetas. Los ciudadanos se apropian realmente del espacio público y le sacan
provecho cuando pueden salir con su familia a dar un paseo, cuando pueden
caminar hasta la librería de la esquina o salir a pie para cenar en un
restaurante cercano a su domicilio. Si han vivido o visitado alguna ciudad en
el extranjero saben a lo que me refiero. En la CDMX podremos volar con un
aeropuerto de lujo, pero no podremos caminar seguros a ningún lado. ¿No les
parece un profundo contrasentido? ¿No deberíamos atender primero lo “micro”
para después planear y gastar el dinero en lo “macro”?
¿Cuándo tendremos
políticos que sean eficaces para llevar a cabo los “pequeños proyectos” que
resultan indispensables para elevar la calidad de vida de nuestras familias?
¿cuándo veremos a algún delegado inaugurando banquetas o parques o simplemente
alguna pequeña plaza pública? ¿porqué siempre tenemos que ver en los medios a
políticos haciendo discursos grandilocuentes sobre proyectos que nos cuestan
miles de millones (muchos de ellos absurdos e innecesarios), y nunca podemos
atestiguar el cumplimiento preciso y honesto de las promesas de campaña?
Bienvenido el aeropuerto diseñado por Norman Foster y Fernando Romero, que son
dos brillantes arquitectos. Pero como lo dijo muy bien Miguel Treviño de Hoyos,
ojalá pronto encontremos al Norman Foster de las banquetas, para que nos ayude
a salir de la profunda situación de desastre en la que se encuentran nuestras
calles.
Miguel Carbonell
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM