jueves, 16 de junio de 2016

México y la crisis de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos

derechos Imagina que vives en un edificio o condominio en  el que se contrató a un portero o conserje para  promover reglas mínimas de convivencia entre los  vecinos, así como para garantizar la higiene y el  orden en el inmueble.

 Imagina que ese trabajador enfrentara una  sustancial reducción de su salario porque tú y los  vecinos se sienten incómodos cada vez que, en el  desempeño de las labores que ustedes mismos le  confirieron, el portero le llama la atención a quien  deja la basura en los lugares no establecidos; da  aviso a la policía cuando presencia actos de violencia intrafamiliar; denuncia ante el ministerio público cuando se comete algún delito en el inmueble; llama a los bomberos ante el riesgo de un incendio, o bien se asegura de ir por la grúa cuando algún vecino obstruye con su auto la rampa para las personas con discapacidad.

La incomodidad se hace notar principalmente entre los incitadores del desorden, y sin mayor explicación, deciden recortar su salario para que renuncie o de plano restrinja las funciones que le asignaron por carecer de los medios para realizarlas. Por si fuera poco, el portero desde hace años recibe un salario que no corresponde con la gran carga de trabajo que le encomiendan los inquilinos. Para neutralizar las críticas, ciertos vecinos deciden argumentar que el portero ya no es lo suficientemente confiable o eficiente para atender a los 35 inquilinos del edificio, de quienes diariamente recibe decenas de peticiones y encomiendas.

Así se encuentra hoy el principal órgano vigilante del respeto y promoción de los derechos humanos del continente americano. Situación que se avizoraba inevitable ante el debilitamiento financiero al que sometieron los Estados al Sistema Interamericano de Derechos Humanos (SIDH), compuesto por una Comisión, así como una Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH y CoIDH, respectivamente), y que venía haciéndolo funcionar con la mitad de recursos requeridos para garantizar la protección de los derechos humanos del hemisferio desde hace años.

Pese al proceso de fortalecimiento institucional que experimentó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en 2011 – el cual culminó con la reforma a su reglamento en agosto de 2013 – la situación financiera se volvió insostenible. A pesar del compromiso declarado en ese año por los Estados Americanos con el respeto y promoción de los derechos humanos, éste no se ha reflejado en el presupuesto de la Organización de los Estados Americanos (OEA) destinado a su sistema de protección de los derechos humanos.

Esta situación nos debe llevar forzosamente a cuestionarnos, ¿por qué la OEA recibe cada vez menos dinero para sostener su sistema de protección de derechos humanos? ¿Cómo es posible que uno de los mecanismos internacionales más importantes, de una de las regiones más pobladas del mundo, no pueda ser sostenida por los Estados miembros? En suma, ¿por qué la CIDH hoy atraviesa una crisis financiera?

En medio de estas interrogantes, algunos vecinos del hemisferio han optado por atribuir esta crisis al propio funcionamiento del SIDH. Como si se tratase de un castigo, para algunos gobiernos de América Latina y el Caribe, la CIDH dejó de recibir el financiamiento necesario para cumplir con su mandato debido a la falta de confianza que le han atribuido ciertos políticos de esos países.

Para quienes trabajamos en beneficio de las víctimas de violaciones de derechos humanos, nos queda claro que el visible ambiente de malestar entre ciertos gobiernos de la región, se debe al propio actuar de la CIDH. Por ejemplo, el otorgamiento de medidas cautelares a quienes enfrentan un inminente riesgo cuando los Estados mismos son incapaces de protegerles; la admisión de peticiones o el envío de casos a la CoIDH relacionados a graves violaciones a derechos humanos -en muchos casos cometidas por instituciones intocables o que versan sobre conductas inaceptables de gobiernos-; la inclusión de la situación de un país determinado en el capítulo IV del Informe Anual de la CIDH, así como sus visitas in loco, han generado un ambiente de hostilidad por políticos a quienes no les parece que se hagan visibles los enormes desafíos que su país enfrenta en materia de derechos humanos y cuya ventilación internacional compromete la precaria credibilidad de los Jefes de Estado así como de sus políticas públicas.

Es importante no perder de vista que durante el proceso de fortalecimiento del SIDH, los Estados parte se comprometieron a incrementar las asignaciones del Fondo Regular de la OEA destinadas a la CIDH y a la Corte, así como a aumentar las contribuciones voluntarias sin fines específicos. Durante este proceso –llevado a cabo de 2011 a 2013– el Estado mexicano reconoció que el principal reto que enfrentaba el SIDH constituía su financiamiento. En palabras del Representante Permanente de México en ese entonces, “la debilidad presupuestaria de ambos órganos afecta de forma transversal a diversos aspectos de su funcionamiento y, por ende, repercute negativamente en las labores de promoción y protección de los derechos humanos en la región”.

Y es que, antes de que México empezara a maltratar a los organismos internacionales de derechos humanos, el país había respaldado decididamente al SIDH. Por ejemplo, México le ha aportado al SIDH reconocidos juristas y académicos del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), tales como Héctor Fix-Zamudio, Sergio García Ramírez, Eduardo Ferrer Mac-Gregor Poisot y José de Jesús Orozco Henríquez. Los primeros tres fueron propuestos por diferentes gobiernos federales para ocupar los puestos de jueces de la CoIDH, mientras que al último como integrante de la CIDH. Sin que mediara una decisión gubernamental, el maestro Emilio Álvarez Icaza, egresado también de la UNAM y uno de los defensores de derechos humanos más reconocidos en México, fue seleccionado por la CIDH como su Secretario Ejecutivo. Todos ellos han contribuido directamente en el fortalecimiento del SIDH y lo han convertido en uno de los mecanismos más accesibles y usados por las organizaciones de la sociedad civil y víctimas de la región.

Por su parte, el SIDH también le ha aportado mucho a México, a pesar de las tensiones entre distintos gobiernos en relación al trabajo de la CIDH y las antagónicas posturas entre quienes anhelan un país cerrado al escrutinio internacional bajo un mal entendido nacionalismo y quienes aspiran a que México se inserte en la tendencia global de las democracias respetuosas y garantistas de derechos humanos.

Basta con recordar la visita in loco de la CIDH a México en 1996. Dicha visita, no sólo fortaleció su interlocución con el Estado mexicano y profundizó su relación con la sociedad civil, sino que derivó en el primer diagnóstico independiente de una institución pública internacional sobre la situación de los derechos humanos en el país. El informe de la visita constituyó una guía de trabajo por muchos años para todas las personas dedicadas a la promoción del respeto de la dignidad humana en México.

Fue también gracias a la CIDH, pero en 2003, que se hizo del conocimiento público internacional los asesinatos y desapariciones de cientos de mujeres en Ciudad Juárez.

Su invaluable intervención y seguimiento en casos paradigmáticos, como en el caso Ejido Morelia, relacionado a la ejecución extrajudicial de tres personas en Chiapas en 1994; en la masacre de Aguas Blancas, en donde 17 campesinos de Guerrero fueron víctimas de ejecución extrajudicial en 1995; en el asesinato de la abogada y activista Digna Ochoa en 2001; o más recientemente en la desmitificación de la verdad oficial en la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, ha contribuido en la realización del derecho a la verdad tanto de las víctimas como de los mexicanos, el cual, sin la intervención de la CIDH, tal vez nunca se hubiera visto garantizado.
De igual forma, México y sus ciudadanos se han beneficiado por el trabajo de la CoIDH. Basta con mencionar las opiniones consultivas del máximo tribunal interamericano en temas de la mayor importancia para el país y la región, como lo son sobre el derecho a la información sobre la asistencia consular, así como del derecho a la no discriminación y los derechos de los trabajadores migratorios.

Gracias a las seis sentencias dictadas por la CoIDH contra el Estado mexicano, se han logrado impulsar en el país trascendentales cambios institucionales y legislativos -que en su momento las instituciones de justicia mexicanas no quisieron o no pudieron impulsar- con el objeto de prevenir, reparar y sancionar violaciones a los derechos humanos. Por ejemplo, cambios relevantes a favor del derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, producto de las sentencias de los casos González y otras: “Campo Algodonero” (noviembre 2009), Fernández Ortega y Rosendo Cantú (agosto 2010), el avance en el reconocimiento de los derechos político-electorales de las y los ciudadanos y de protección judicial a raíz de la sentencia del Caso Castañeda Gutman vs México (agosto 2008), y la visibilización de los abusos cometidos por militares en el contexto de la política del supuesto combate al narcotráfico en Guerrero y el uso sistemático de la tortura para obtener confesiones en el caso Cabrera García y Montiel Flores (noviembre 2010).

Además, no olvidemos que fue gracias a la sentencia del Caso Radilla Pacheco vs México que la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvió limitar la jurisdicción militar para que los llamados tribunales castrenses no conocieran de delitos cometidos por soldados o marinos cuando las víctimas fueran civiles. De igual forma, producto de dicha sentencia, se decidió incorporar el control de convencionalidad desarrollado jurisprudencialmente por la CoIDH y que ha establecido las bases para despojar de anquilosadas prácticas a jueces y tribunales nacionales.

La grave crisis de derechos humanos que enfrenta México, no sólo la ha diagnosticado la CIDH, sino diversos mecanismos internacionales de derechos humanos y organizaciones de la sociedad civil. Es por ello que ante el clima de desasosiego y anomia que atraviesa el país y frente al inminente agotamiento de las instituciones encargadas de velar por el Estado de derecho, es imprescindible que las autoridades mexicanas reconozcan que por sí mismas no pueden hacer frente a la magnitud de crímenes y violaciones a derechos humanos que se cometen en México. Por lo tanto, resulta indispensable que el Estado mexicano reciba toda la cooperación necesaria por parte de los entes supranacionales especializados en derechos humanos que contribuyen con una visión imparcial e independiente.

Las promesas de funcionarios del Estado mexicano en favor de la protección y promoción de los derechos humanos y la aparente apertura al escrutinio internacional, serán creíbles en tanto el Gobierno del presidente Peña Nieto cese las críticas explícitas y veladas a la CIDH y contribuya de manera relevante, con respaldo político y económico, para terminar con el deterioro e incertidumbre financiera del principal órgano de la OEA encargado de la protección y promoción de los derechos humanos en la región. Solo así el conserje del edificio podrá llevar a cabo las funciones que le encomendaron los habitantes del inmueble.





José Antonio Guevara Bermúdez. Director ejecutivo de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, A.C. y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Tlaxcala.


Olga Guzmán Vergara. Directora de Incidencia, Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, A.C.