Uno pensaría que los
puntos cardinales se idearon con un propósito de orientación, pero han servido también como pauta para la diferenciación, la exclusión y la discriminación en
la vida y en la muerte.
Semana a semana nos
enteramos de que se ha perpetrado un nuevo atentado del estado islámico y la
noticia se recibe con azoro, pero también con una peligrosa normalización del
terror y una solidaridad selectiva. La fuerza de la reacción ante cada ataque
depende de si Europa fue tocada o afectó a ciudadanos europeos. Si es así, el
dolor se globaliza; en cambio, si la muerte sucede más al oriente, los dejamos
llorar solos a sus muertos.
Pareciera que es la
geografía la que da valor distinto a la vida. El eurocentrismo nos hace
reaccionar de manera diversa ante cada episodio de muerte. Cada vida que se
pierde se valora en función de la nacionalidad o de la frontera en la que quedó
circunscrito el atentado. Los ataques son similares pero los muertos son
distintos.
En París, pasamos de las
12 personas fallecidas en el ataque al semanario Charlie Hebdo, a los 137 de
Saint Denis. Le sucedieron los 34 muertos del aeropuerto de Bruselas. En los
tres casos, el mundo occidental expresó su solidaridad global.
Todo parece un tema de
identidad. En Latinoamérica, nos identificamos con occidente porque fuimos
conquistados por España, aunque España haya sido a su vez conquistada por los
moros. En la redondez de La Tierra somos el oriente del oriente o el occidente
del occidente. Somos el continente que se atravesó cuando ya estaban trazados
los mapas del mundo conocido.
En el actual conflicto, es
Turquía la que más ataques ha recibido. Desde la antigüedad ha sido un punto
neurálgico de ambición y conflicto. Es el país que se encuentra entre oriente y
occidente. Su situación geográfica la ha hecho particularmente fuerte pero
también vulnerable. Como si no fuera suficiente el terror de ISIS, su frontera
con Siria la coloca adicionalmente en el camino de quienes huyen del horror del
conflicto interno.
Así, hace casi un año, el
20 de julio, al sureste de Turquía, en Suruc, se reportaron 30 muertos.
El 10
de octubre, en Ankara, se reportaron 102. Cerca de la estación del tren, se
dieron dos explosiones en medio de una manifestación por la paz. Asimismo, un
empleado de limpieza murió el 23 de diciembre en el aeropuerto de Sabiha Gokcen
en Estambul.
Este año inició con 10
muertos en Sultanahmet, Estambul. Las víctimas fueron extranjeros porque el
atentado se registró junto al obelisco de Teodosio cerca de la Mezquita Azul y
la basílica de Santa Sofía. No deja de llamar la atención que justo fue en la
época de Teodosio cuando se consumó la división del imperio romano y se
delimitó el imperio de oriente y occidente. Hay que recordar que Estambul, en
otro tiempo, fue Constantinopla, la capital del imperio de oriente.
Hubo dos atentados más en
Ankara: un ataque a vehículos militares se dio el 17 de febrero y dejó 28
muertos. El segundo, el 13 de marzo, cobró la vida de 27 personas cuando
estalló un coche bomba contra un autobús de pasajeros.
El 19 de marzo, hombres
bomba se hicieron explotar en uno de los centros comerciales más importantes
del centro de Estambul. El saldo, 5 muertos. El 7 de junio, otro coche bomba
explotó en el centro histórico de esa mítica ciudad muriendo 7 agentes de la policía
y 4 civiles. El más reciente, el del 28 de junio pasado, dejó 41 muertos en el
aeropuerto de Ataturk.
Además de Turquía, han
sido afectados Yemen, Túnez, Bangladesh en dos ocasiones, e Irak. La homofóbica
tragedia de Orlando no fue reivindicada por Isis.
¿Podemos aspirar a un
dolor sin fronteras y a una solidaridad sin discriminación?
Detrás de las cifras hay
vidas humanas. Las cifras se quedan; muchas vidas se han ido ya.
Leticia Bonifaz Alfonzo
Directora de Derechos Humanos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación