lunes, 7 de diciembre de 2015

Campo algodonero, a seis años

 Un campo algodonero no sólo es una extensión  cultivada con brotes blancos que semejan nubes.

 Es también un lugar teñido de sangre. Al menos,  así fue en Chihuahua.

 Con ese nombre se conoce la sentencia emitida  hace seis años, un 16 de noviembre, por la Corte  Interamericana de Derechos Humanos a través de  la cual se sancionó al Estado mexicano por  acciones y omisiones relacionadas con la  desaparición, maltrato y privación de la vida de  tres mujeres: Esmeralda Herrera Monreal, Laura  Berenice Ramos Monárrez y Claudia Ivette  González.


Esmeralda tenía sólo 14 años al momento de desaparecer en 2001. Era empleada doméstica y llevaba dos meses viviendo en Ciudad Juárez. Su cuerpo fue hallado cinco años después.

Laura tenía 17 años cuando desapareció en el 2001. De la prepa donde estudiaba ya habían desaparecido otras jóvenes. La confirmación del hallazgo de su cuerpo se hizo en 2008 en el campo algodonero. Al año siguiente, Benita, su mamá, logró asilo en los Estados Unidos por falta de garantías para su integridad y su vida en México.

Claudia tenía 20 años y trabajaba en una maquiladora. Ese día llegó dos minutos tarde a su trabajo y el guardia ya no le permitió el ingreso. No se volvió a saber de ella.

Son tres de las muchas muertas de Juárez.

Sus casos llegaron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2002, gracias al acompañamiento de Asociaciones Civiles que presentaron las denuncias. En 2003, se publicó el informe de la Relatora sobre Derechos de las Mujeres. La Corte Interamericana recibió después 24 casos, de los cuales 21 se quedaron en el camino por distintas razones procesales.

La emblemática sentencia marcó a la justicia para las mujeres no sólo en México sino en toda Latinoamérica. Una y otra vez, este instrumento se usa como referente para los nuevos sucesos que lamentablemente se siguen dando.

La última supervisión del cumplimiento de sentencia se realizó en mayo de 2013. La Corte Interamericana determinó que el Estado mexicano cumplió con muchos de los puntos de la sentencia pero quedan otros pendientes como el de “conducir eficazmente el proceso penal para identificar, procesar y, en su caso, sancionar a los responsables materiales e intelectuales de los delitos en cuestión”; “investigar a los funcionarios acusados de irregularidades y luego de un debido proceso, aplicar las sanciones administrativas, disciplinarias o penales a quienes fueron encontrados responsables” y “sancionar a los responsables del hostigamiento del que han sido objeto algunos familiares de las víctimas”, en pocas palabras: poner fin a la impunidad.
En toda Latinoamérica está vivo el movimiento de Ni una Más, sin embargo, diariamente tenemos noticias de que con el mismo patrón, pero en distintas geografías, otras mujeres siguen siendo víctimas recibiendo un trato de objeto disponible y desechable y no de ser humano digno.

De poco sirve que se haya tipificado el feminicidio -que prevé la privación de la vida de una mujer por razones de género- si al final todo se investiga y procesa igual y nadie resulta responsable. Poca es la utilidad de las leyes y los protocolos si los operadores no cambian su forma de aproximarse al fenómeno. Hay instancias ministeriales que continúan inculpando a las víctimas y justificando al victimario.

La sentencia ha logrado mover estructuras desde las raíces más profundas, pero no conmover a quienes como perpetradores o cómplices, repiten patrones de dominación y que son precisamente quienes deben contribuir a desmantelar la incultura que da pie al hecho.
Quisiéramos creer que unas mujeres ofrendaron su vida para preservar la vida de otras mujeres.

El Estado mexicano fue condenado. Somos su población. Tenemos, por tanto, también una tarea personal a cargo.




Leticia Bonifaz Alfonzo
Directora de Derechos Humanos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.