lunes, 7 de diciembre de 2015

Sentimientos y resentimientos de la nación

 La obsesión por el autoconocimiento, que Abelardo Villegas llamaba  Autognosis y entendía como “algo más que autoconciencia; el  imperativo de conocernos, que lleva implicado el saber que somos,  que existimos”, ha sido una constante en el pensamiento intelectual  de los mexicanos.

 Si la cultura, según la UNESCO, es las maneras de vivir juntos,  ¿cómo ha cambiado la manera en que estamos juntos, de  entendernos unos y otros?, ¿cómo ha cambiado nuestra forma de  vivir, de entender el futuro, de recordar el pasado? Estas preguntas  admiten respuestas que muestran las varias facetas de nuestra  realidad, vivida e imaginada: existen muchas maneras de ser  mexicano, de vivir nuestra realidad, de pensar al país y pensarnos a  nosotros mismos.

 Padres e hijos

 Los cambios en los procesos de socialización han creado diferencias  sustanciales entre los valores de las jóvenes generaciones y los de  sus padres y abuelos. La investigación que realizamos a través de la  Encuesta Nacional de Identidad y Valores, evidencia la existencia de  diferencias profundas, vinculadas a la edad.


Los más jóvenes están más instruidos y han experimentado una movilidad social mayor que los más adultos, y están menos interesados en participar políticamente. En el plano de los valores, la edad se revela como una variable discriminante: los jóvenes, en comparación con los adultos, experimentan en mayor medida valores libertarios, igualitarios, favorables a la igualdad de géneros, permisivos sobre el plano de la moral y progresistas en el plano político.

Es importante marcar tanto el cambio de los valores como la relevancia de esas diferencias. En México, el patrón de cambio de estos valores ha sido desigual. Un cierto número de dimensiones de valor que pueden clasificarse dentro del continuum tradicional-moderno muestra un marcado movimiento hacia lo moderno, mientras que otras dimensiones muestran signos débiles del cambio: de los resultados se observa que los hijos tienden a pensar de manera similar a sus padres en aquellos aspectos que tienen que ver con los ámbitos familiar, moral y espiritual. Sin embargo, en aquellos que involucran cuestiones relativas al sexo y la política es donde la divergencia es mayor, lo cual está definido por el contexto social en el que se vive.

De acuerdo con los resultados del índice de cambio de valores entre generaciones, casi seis de cada 10 individuos (59.2%) tienen un nivel bajo de cambio de valores intergeneracional, es decir, tienden a pensar de la misma manera que sus padres en diversos temas. En contraste, casi cuatro de cada 10 (38%) presentan un nivel alto de cambio de valores intergeneracional. únicamente 2.8% ha tenido un nivel medio de cambio de valores entre generaciones.

Si bien una menor edad tiene influencia positiva sobre los valores, ya que existe una mayor predisposición al cambio, es importante matizar los efectos atribuidos a la edad que se relacionan con la reacción hacia otras experiencias en la vida, tales como casarse o tener hijos. Los niveles de tolerancia a las diferencias sociales son más bajos a medida que aumenta la edad y con ello aumentan los niveles de autoritarismo, como es posible observar para la población de los 55 a los 64 años de edad. En contraste, es entre las personas de 45 a 54 años de edad en las que se presentan niveles más altos de tolerancia y más bajos para los valores autoritarios. Los jóvenes de 15 a 24 años se localizan con niveles más bajos de autoritarismo, pero tienden a colocarse en el punto medio con respecto a la tolerancia a las diferencias sociales. Igualmente sucede para las poblaciones entre los 25 y 44 años de edad.

Esto concuerda con la teoría que señala que se puede esperar una declinación del autoritarismo a medida que se prolonga un régimen democrático, dado que en las democracias jóvenes, una gran parte de los ciudadanos ha vivido partes sustanciales de su vida bajo la regla autoritaria.
Cierto es que las diferencias entre los diversos grupos de edad se deben también, en parte, a los efectos del ciclo de vida y no sólo a los cambios en la experiencia formativa de las diversas generaciones. Solamente la investigación longitudinal nos permitiría separar los dos aspectos y entender qué tanto ciertos núcleos de valores son duraderos y destinados a declinar con el envejecimiento biológico. Estudios de este tipo, conducidos en un arco temporal suficientemente amplio, aún no existen en México.

Desigualdad de clase y de lugar

México es una sociedad altamente desigual y se refleja en la percepción de las personas sobre los otros. En muchas ocasiones, estas diferencias denotadas en el ámbito subjetivo se ejemplifican en la distribución de recursos; sin embargo, más importante que ésta es la repartición desigual de titularidades, es decir, de los derechos por los que un individuo efectivamente puede acceder a la posesión y disfrute de determinados recursos. Es necesario comprender cómo los mecanismos de diferenciación y sus resultados desiguales impactan en la manera en que la sociedad percibe al “otro” de un modo conflictivo. Los efectos de esta desigualdad percibida tienen consecuencias en la construcción del ámbito público, esto es, en el modo en que se accede al mismo.

Cuando los recursos económicos en una sociedad se distribuyen de manera desigual, el poder también se distribuye de esta manera (Solt, 2012). Las sociedades con niveles más altos de desigualdad económica serán a la vez más jerárquicas y, por lo tanto, en ellas serán más comunes las experiencias que refuerzan las nociones verticales de la autoridad, trayendo consigo la diseminación del autoritarismo. El aumento de la exposición directa a las experiencias jerárquicas se complementa con la dominación cultural. Se ha señalado desde hace tiempo que en un país son los sectores menos educados y los más pobres los que presentan actitudes más autoritarias que los sectores más educados y con mayor ingreso (Lipset, 1959).

En México encontramos que la desigualdad no sólo incrementa el autoritarismo en los sectores más pobres de la sociedad, sino que también afecta a los más altos. Pareciera que, independientemente del ingreso, la desigualdad prevaleciente afecta a todos en lo relativo al respeto a la autoridad, que se aprende del contexto social jerárquico.

Los grupos más autoritarios y con menores niveles de tolerancia en la sociedad mexicana son las personas de 55 años y más, quienes presentan bajos niveles de escolaridad o no cuentan con ninguna, y aquellos que tienen los más bajos niveles de ingreso individual y familiar. De acuerdo con las creencias religiosas, son más autoritarias las personas que pertenecen a religiones distintas de la católica; en cambio tienden a ser menos autoritarios y más tolerantes los que no tienen ninguna religión. Las minorías étnicas tienden también a ser menos tolerantes y más autoritarias, así como particularmente los que habitan en la región norte, seguidos por los del sur del país, mientras que el centro se ubica en un nivel medio, al igual que el DF y
Estado de México.

La satisfacción con los diferentes aspectos de las condiciones de vida es un reflejo de la desigual distribución de las oportunidades y calidad de vida en el país. Hay un marcado contraste entre los entrevistados que habitan las regiones centro, el DF y el Estado de México y el norte con aquellos que se localizan en la región sur del país. Igualmente sucede con el sentimiento de felicidad: entre el sur del país y las demás regiones hay una diferencia de hasta 17 puntos en la escala de felicidad, siendo el sur del país donde se encuentran los porcentajes más bajos. De la misma manera sucede con la sensación de control sobre la vida. En cuanto a la confianza, son las personas de mayor ingreso quienes tienen menor participación en el grupo de los desconfiados (26.8%). En cambio, son los habitantes de la región sur son los que superan la media nacional en el grupo de los desconfiados con 53.4%.

Tolerancia

Al analizar la relación entre autoritarismo y tolerancia encontramos que conforme disminuyen los grados de tolerancia a las diferencias sociales aumentan los niveles de autoritarismo. No en balde, la tolerancia, entendida como respeto a las diferencias sociales, es la variable que mejor predice el cambio de valores en una sociedad.

La aceptación de los derechos humanos como un referente universal indica que, a pesar de las reiteradas violaciones, existe un reconocimiento básico de las normas de reciprocidad. Pero su aplicación práctica sufre severas restricciones. Sin embargo, la encuesta revela también una faceta autoritaria e intolerante de los entrevistados en lo que respecta a la aplicación y el respeto de los derechos humanos en casos específicos. Esta tensión entre los ideales y las prácticas crea serios conflictos para la aplicación y adopción de los derechos humanos como un elemento fundamental de la cultura.

El discurso de los derechos humanos, que en otras dimensiones ha logrado una mayor legitimidad entre la población en la última década, transita con dificultades al enfrentarse a las preocupaciones ciudadanas en materia de seguridad pública. Se manifiesta un mayor interés por que se apliquen y respeten las leyes, aunque en alguna medida, a condición de ser una eficaz solución para los problemas de “orden”, ya que también se avalan caminos alternativos ilegales para obtener dicho fin. No es fácil discernir qué tanto el llamado al respeto a las leyes es un llamado al “orden” más que al respeto de derechos universales. En general, se aprecia una tendencia en las opiniones y actitudes de los ciudadanos a reforzar una aplicación de la ley que logre generar un mayor nivel de punición para los delitos.

La tolerancia es el indicador por excelencia de una sociedad que se va volviendo más democrática. Al analizar la presencia de valores autoritarios y de los niveles de tolerancia por región, encontramos que es en el norte del país donde se encuentran en mayor medida valores autoritarios y bajos niveles de tolerancia a las diferencias sociales, seguido por la región sur. En contraste, es en el DF y el Estado de México donde se encuentran niveles más altos de tolerancia hacia las diferencias sociales y menores muestras de autoritarismo. La región centro se sitúa en el punto medio de tolerancia a las diferencias sociales y de los valores autoritarios.

De acuerdo con los resultados, más de ocho de cada 10 entrevistados sí estarían dispuestos a vivir con alguien con menos dinero que ellos (87.6%), con personas con alguna discapacidad (85.8%) y con personas de otra religión (83%). Por el contrario, las personas con las que menos estarían dispuestos a convivir en su casa casi cuatro de cada 10 individuos, son las lesbianas (38%) y los homosexuales (37.6%), además de que prácticamente tres de cada 10 sujetos (29.6%) se negarían a vivir con personas enfermas con VIH/Sida. El grupo más aceptado es el de las personas con menos dinero; en cambio, los más rechazados son las personas enfermas con VIH/Sida, lesbianas y homosexuales. La comparación de los resultados obtenidos para los mismos reactivos entre 1994 y 2015 muestra una transformación muy importante en la sociedad: en 1994 (Beltrán) sólo 20% de los encuestados permitiría que un homosexual viviera en su casa, mientras que en 2015 esta cifra subió a 35.7%. Para las personas de otra religión el porcentaje aumentó de 49% en 1994 a 58.4% en 2015. La proporción que no estaría dispuesta a convivir con una persona de otro grupo étnico o de otra raza disminuyó de 26% en 1994 a 19.4% en 2015.

Se encontró que los lugares públicos son los espacios en que los encuestados refirieron con mayor frecuencia sí, y sí, en parte sentirse discriminados (32.7%), seguido de para conseguir trabajo (32.1%), y en tercer lugar los servicios de salud (30.9%); el trabajo (29.5%), la escuela (26.5%) y la familia (19.9%) ocupan en ese orden las siguientes tres posiciones; fueron otro país (14.8%) y otro (8.4%) los últimos dos lugares mencionados por los entrevistados como espacios en los que se sintieron discriminados.

Por regiones, los habitantes del sur mencionaron en mayor medida sentirse discriminados y los del norte afirmaron sentirse menos discriminados. Probablemente se obtuvieron estas respuestas debido a la mayor desigualdad que existe en el sur del país. El único caso en el que esta regla no se cumple es en la pregunta referida a la discriminación en otro país, donde los norteños expresaron sentirse más discriminados.

Autoritarismo y democracia

Entre la población prevalecen los valores de autonomía, lo que significa acentuar la igualdad más que las jerarquías; un individualismo autoafirmativo e independencia, más que la aceptación pasiva o la resignación sumisa. El acento en la resignación y conformidad da lugar a demandas de mayor apertura. Si como hemos señalado en México predominan hoy los valores de autonomía y existe una demanda por una mayor apertura, ¿cómo se combinan la modernización y los procesos de individualización progresiva con los valores de corte autoritario?

La mayoría de la población entrevistada se encuentra en un proceso de transición de los valores autoritarios hacia los valores democráticos y sólo dos de cada 10 se ubican respectivamente en los extremos autoritarios o democráticos. Entre los encuestados con mayor propensión a tener valores autoritarios se observó que en tanto aumenta la edad y disminuye el nivel escolar, aumenta la propensión a estos valores: son los adultos de 65 años y más y aquellos que no tienen ningún nivel escolar los que presentan niveles de autoritarismo superiores a la media nacional; lo mismo sucede con quienes profesan una religión diferente de la católica y los residentes de la región norte del país. De acuerdo con los resultados, casi dos de cada 10 individuos (17.7%) tienen una mayor propensión a tener valores autoritarios, mientras que seis de cada 10 (60.7%) resultaron ser un grupo en proceso de transición de valores autoritarios a valores democráticos, y dos de cada 10 (21.6%) presentaron una mayor propensión a tener valores democráticos.

Los sujetos que están en proceso de transición de valores autoritarios a democráticos son preponderantemente los jóvenes de 15 a 24 años, quienes tienen un nivel escolar de universidad o posgrado, los que profesan la religión católica, aquellos que perciben un ingreso individual de más de uno y hasta dos salarios mínimos y los habitantes del DF y el Estado de México. Los entrevistados que resultaron con una mayor propensión a tener valores democráticos, fueron las personas de 45 a 54 años, también destacaron aquellos que no profesan ninguna religión, los que perciben un ingreso individual de más de tres salarios mínimos y quienes habitan en la región centro del país.

Semántica de México

Las tres palabras más asociadas con la palabra México fueron país, cultura y corrupción. A éstas tres siguen orgullo y tradición, inseguridad, comida, patria, bandera y nación. Se muestra de manera clara el abanico de sentimientos y reacciones encontradas que México suscita, la variedad de afectos que es capaz de movilizar. Así la evocación de sentimientos y conceptos positivos como orgullo, costumbres y tradiciones, historia y cultura, alegría, satisfacción, felicidad llaman al pasado, pero también los campos semánticos dan cuenta de sentimientos negativos y vivencias cotidianas que representan lo que no queremos para México: inseguridad y violencia, corrupción, injusticia e impunidad, desigualdad social, apatía e ignorancia y desencanto con la situación del país. Aparecen también las aspiraciones para el futuro del país: progreso, desarrollo, bienestar, democracia y derechos y finalmente una mención a los deportes, que son el distintivo del orgullo popular frente a otras naciones, particularmente el futbol.

Las asociaciones brindadas por los entrevistados para la palabra “mexicano” se alejan sustancialmente de las caracterizaciones que les fueran asignadas por los intelectuales de la filosofía de lo mexicano que tendían a pensarlo como un ser incompleto: los encuestados se identifican a sí mismos como trabajadores, en primer lugar; el trabajo es un marcador básico de la identidad de los mexicanos. Entre las palabras asociadas con mexicano, orgullo ocupa el segundo lugar en importancia; ser mexicano constituye un motivo de orgullo, de satisfacción. A su vez las menciones que refieren a la gente nacida en México, los paisanos, remiten a una comunidad, a una cultura compartida que viene de antaño y que se reafirma mediante las costumbres, el mantenimiento de la tradición y las fiestas, es decir, aquello que da cuerpo a la nación. Se presentan menciones que describen el carácter de los mexicanos que se considera alegre, así como las virtudes y vicios de la personalidad: honesto y corrupto.

Las asociaciones reflejan también ambigüedad, sentimientos encontrados: se afianza una imagen muy positiva del nuevo mexicano que empieza a surgir: honesto, leal, responsable, comprometido, en abierto contraste con el estereotipo del mexicano flojo, ignorante, conformista, irresponsable, sin memoria, que tiende a desaparecer (que hace 20 años se encontraba entre los primeros lugares de mención); pero que paradójicamente se combina con la imagen negativa —corrupto, transa, gandalla, maldad—, maldad que aparece con el crecimiento de la delincuencia y los métodos violentos que emplea.

Los campos semánticos muestran también la desaparición del imaginario de estereotipos del mexicano que difundidos por los medios de comunicación masiva —principalmente la música, el cine y la televisión— estuvieron presentes durante mucho tiempo: el mexicano como macho, borracho, parrandero, mujeriego y jugador; audaz, valiente, fuerte y entrón. Igualmente, comienzan a desaparecer estereotipos más antiguos e imágenes que perviven desde la época colonial, utilizados para caracterizar a los naturales de esta tierra: el mexicano equiparado con el indígena y caracterizado como bueno, humilde, noble, generoso, obediente. Las asociaciones se refieren también a las circunstancias en las que viven los mexicanos: carencias, desigualdad, marginación, en un clima en el que predominan la violencia, las drogas y la inseguridad. Aluden a sus expectativas y aspiraciones: ciudadanos, derechos, Estado, política y a los sentimientos y emociones que suscitan dichas condiciones y los sucesos de septiembre de 2014: desilusión, decepción, enojo, coraje y tristeza. De esta manera existen en el imaginario social muchos Méxicos y muchas maneras de sentirse mexicanos.

Emociones mexicanas

Frente a los acontecimientos de septiembre, octubre y noviembre de 2014, las reacciones sobre el país eran una mixtura de sentimientos y emociones positivos y negativos. Por una parte, el orgullo, la esperanza y la confianza expresan el deseo por que el país trascienda el momento difícil y los varios problemas que atraviesa, pero queda de manifiesto también un descontento: la preocupación, desilusión y enojo que se encuentran presentes en la visión que del país tienen los más jóvenes y los más educados.

La mayoría de los sentimientos expresados fueron negativos: enojo, ira, resentimiento, coraje; decepción, desconfianza, insatisfacción; miedo, temor, incertidumbre y preocupación. Aparecen también, aunque en una menor medida, sentimientos positivos como esperanza, ilusión de cambio, alegría, felicidad, amor, ánimo, confianza y orgullo. Al contrario de los sentimientos que despierta México como nación, como comunidad (lealtad, unión, esperanza y orgullo) los sentimientos de las personas frente a la situación social y política que atraviesa el país son altamente negativos. Aparecen emociones como el enojo, el miedo y la desconfianza, particularmente entre los jóvenes, como respuesta a las acciones del gobierno y a unas políticas públicas que se evalúan de forma negativa. Lo anterior dio lugar no sólo a movilizaciones de distintos sectores, sino que también contribuyó a polarizar posiciones políticas en el país.
Frente a este panorama altamente negativo, los entrevistados señalaron el desempleo, la inseguridad, la corrupción y la pobreza como los principales problemas del país. Es de destacar que por primera vez aparece mencionada la corrupción como uno de los problemas más importantes, y como consecuencia de recientes acusaciones de corrupción a altos funcionarios del gobierno.

Contrasta el sentimiento de felicidad con las emociones y sentimientos sobre el país y la situación actual. Somos felices y estamos satisfechos con la vida, en contraste con la evaluación negativa de la situación del país. El sentimiento de felicidad presenta notables diferencias por región; se distingue claramente el sur con niveles menores de felicidad que el resto del país.
¿En torno a qué giran los sueños y deseos de los mexicanos? A la pregunta: Imagine que en las próximas semanas usted tuviera la oportunidad de realizar alguno de sus sueños, ¿cuál sueño realizaría?, las personas respondieron que relacionan sus sueños principalmente con las dimensiones materiales y con aspiraciones básicas de la población, tales como la educación, la salud y la vivienda, y menos de uno de cada 10 expresó tener sueños relacionados con dimensiones afectivas. Entre los sueños a realizar, si tuvieran la oportunidad de hacerlo, destaca la necesidad de mejorar las condiciones de la vida actual. Las menciones que obtuvieron mayores porcentajes fueron mejorar económicamente, la educación (entrar a estudiar o terminar los estudios), la salud (tener o mejorar la salud), el empleo y la vivienda (tener casa propia). Aparecen cuestiones relacionadas con la familia (ver realizadas las aspiraciones de sus hijos), el mejoramiento de la vida en sociedad (mejorar la convivencia con la gente, eliminar la inseguridad del país). Fue mencionado en menor medida, por menos de uno de cada 10 individuos, permitirse lujos y caprichos.

Confianza y desconfianza

Para que las instituciones políticas puedan ejercer su función la confianza en ellas es un valor determinante. En México la confianza en las instituciones varía en forma importante. En el espacio comunitario, los mexicanos parecen encontrar la confianza y la eficacia que les falta, en uno u otro sentido, en las organizaciones sociales y las instituciones del Estado. En lo que se ha denominado individualización, los círculos de confianza-eficacia que conforman la familia-los amigos-el vecindario muestran un grado de relativa coherencia por lo que se asumen como centrales en la articulación social percibida, aunque conlleven la tendencia a encerrarse con los suyos. El hecho de confiar en las redes inmediatas no es un problema, el dilema está en que se dan en un contexto de vinculación escasa con el sistema político y el asociacionismo, y no corrige la distribución desigual del capital social sino que la perpetúa.

La disposición a colaborar con otros con miras a conseguir un bien público o, en términos generales, a contribuir al bien común es favorecida u obstaculizada por la idea que se forma la gente del orden social. Probablemente las personas están más dispuestas a establecer lazos de confianza y cooperación entre sí en la medida en que tienen confianza en las instituciones públicas y, concretamente, en la capacidad del Poder Judicial de sancionar rápida y eficazmente eventuales transgresiones. En contraste, las personas descreen de cualquier involucramiento cívico si desconfían de la institucionalidad vigente y, en particular, de la vigencia de “reglas de juego” iguales para todos.

Moral y transgresión

La anomia expresa un deterioro de las expectativas y una ruptura de la solidaridad que se manifiesta como pérdida de la identidad social. La ruptura de la solidaridad, que es consecuencia de la frustración generalizada que se experimenta en la sociedad, da lugar a prácticas de autoexclusión que, con frecuencia, asumen un carácter violento. La anomia comprende, en su significado, al conjunto de estas prácticas. En países como México la anomia es propiciada por un fenómeno tan extendido como la corrupción, y es, sobre todo, un factor de costos sociales.

De acuerdo con los resultados, dos de cada 10 encuestados (22.8%) consideran que los mexicanos tienen pocos comportamientos transgresivos, mientras que casi cuatro de cada 10 (38%) expresaron que los mexicanos tienen algunos comportamientos transgresivos; finalmente, cuatro de cada 10 (39.2%) señalaron que los mexicanos tienen muchos comportamientos transgresivos. Con respecto a las conductas transgresivas el punto más importante reside no tanto en la incidencia de violaciones a las normas, sino en la incapacidad de las sociedades para enfrentarlas (Dahrendorf, 1994).

Es posible encontrar una relación estrecha entre la percepción de la gravedad de ciertas conductas y la posibilidad de ser atrapado o castigado al practicarla. Se conoce que las personas han violado la ley, incluso lo confiesan, pero también se sabe que no son castigados. Lo que es más importante aun: ellos mismos saben que al cometer estos actos no serán castigados. A medida que tiende a disminuir la percepción de gravedad, disminuye también la percepción de poder ser atrapado. En el caso de aquellas conductas que los entrevistados consideran de menor gravedad, tales como comprar algo sabiendo que es robado; quedarse con dinero que se encuentra; mentir para obtener un beneficio; tirar basura en lugares públicos, los resultados del análisis confirman que más de cinco de cada 10 sujetos (56%) creen que son pocas las probabilidades de que los atrapen al practicar esas conductas, mientras que casi dos de cada 10 (18.5%) consideran que hay algunas probabilidades de que los atrapen, y más de dos de cada 10 (25.5 por ciento) señalan que hay muchas probabilidades de que los atrapen.

Instituciones e ilegalidad

La investigación da cuenta de la alta valoración que la mayoría de los entrevistados tiene de la ley y de la justicia, que son percibidas como un ideal de forma de vida. La igualdad en la aplicación de la ley y el acceso a la justicia son algunas de las aspiraciones más generalizadas entre la población, pero a la vez las menos cumplidas. No obstante, destacan también la ineficacia y la corrupción en la administración de justicia como elementos determinantes para el alejamiento de quienes requieren sus servicios.

Esto se traduce en sentimientos de impotencia y exclusión. A lo anterior, habría que agregar que el desconocimiento de los derechos y las vías idóneas para hacerlos respetar en sectores mayoritarios de la población, así como las dificultades para el acceso a ellos y una valoración negativa de la impartición de justicia en el país constituyen barreras para el pleno acceso a la justicia. El problema del acceso a la justicia afecta en mayor medida a los sectores más desfavorecidos, entendidos como aquellos de menores ingresos económicos y también a grupos sociales vulnerables a la discriminación y a sufrir violaciones a sus derechos.

Prefieren hacer uso de los tribunales los sectores más acomodados de la sociedad, mientras que los más desprotegidos recurren a prácticas tradicionales2 . Esto como resultado de la carencia de un sistema adecuado de asistencia legal, hecho al que se agregan la desconfianza en las autoridades encargadas de la impartición de justicia y el peso de la tradición y la costumbre. Las personas de escasos recursos prácticamente no acuden a los tribunales a reclamar la satisfacción de sus pretensiones jurídicas y cada vez en mayor medida recurren a la autocomposición o incluso a la autodefensa para resolver sus controversias. La alta valoración de la ley en el discurso de los entrevistados no es incorporada en la práctica. La renuencia y desinterés de una mayoría de los encuestados en el uso de este tipo de servicios lleva a la población a considerar la posibilidad de utilizar los servicios de justicia como “el último recurso”, después de haber probado diversas alternativas.

Ley o justicia

Las respuestas de la encuesta expresan el descontento de la sociedad y una separación clara entre la ley y la justicia. La aplicación de la ley no deviene en la obtención de la justicia, que se presenta como una demanda reiterada. Si bien en general una buena parte de los entrevistados no están dispuestos a conceder sus derechos y garantías a cambio de seguridad3 , en la medida en que perciben mayor inseguridad estarían más dispuestos a que se redujeran las libertades y derechos en determinados sectores de la población y regiones del país, no obstante la desconfianza en el gobierno y el reclamo por cambios en la táctica y estrategia para combatir el narcotráfico y en las políticas de combate a éste.

Todo ello se decanta en una apuesta bifronte: en un mayor énfasis en realizar cambios a la legislación y los sistemas de justicia o en el endurecimiento social y la aprobación de medidas como la pena de muerte. Ningún derecho puede ejercerse sin limitaciones antes de que colisione con los derechos de los demás y con el orden.

Si bien los derechos humanos y libertades y la seguridad personal no tienen por qué colisionar entre sí, las medidas de excepción y acciones de los cuerpos de seguridad involucrados en el combate al narcotráfico por el gobierno tienden a presentar este binomio como opuesto en aras de obtener aprobación a su política. No son los derechos humanos y la seguridad individual los que colisionan entre sí, sino las acciones del gobierno en el combate al narcotráfico y los derechos humanos.

Futuro en fuga

No obstante la seguridad y el optimismo de la mitad de los entrevistados respecto de la posibilidad de cumplir sus proyectos más anhelados, la población ve el futuro en un marco de incertidumbre, lo cual representa la imposibilidad de planeación y de previsión. La experiencia cotidiana presenta la vida social como un proceso caótico, sin control, acentuada por el desvanecimiento del futuro. La falta de un horizonte temporal de duración dificulta desarrollar un “sentido de orden”. En la medida en que los referentes habituales (familia, escuela, nación) tienden a desdibujarse, crecen las dificultades de elaborar un “sentido de vida” individual. En el marco de un pluralismo de valores y opiniones y el debilitamiento de las tradiciones y convenciones heredadas, el avance de la individualización plantea retos inéditos.

El malestar reflejaría el desconcierto de la gente en ausencia de herramientas adecuadas a las nuevas condiciones de vida, lo que daría también lugar a una visión nostálgica que añora los tiempos pasados. Aumenta el ámbito de la autonomía individual a la vez que disminuye la protección que brindaban las convenciones y normas sociales. Probablemente el miedo a la exclusión tiene que ver, de manera importante, con demandas de protección, reconocimiento e integración. Los individuos pierden aquel enraizamiento en el tejido social que les permitía explicitar y codificar las relaciones de reconocimiento recíproco y construir lazos de integración social.

Las personas tienden a expresar aspiraciones referidas a sí mismas o a su familia. Afloran deseos de promoción social, de superación personal. Ya no se trata de “cambiar el mundo”, sino de “cambiar de vida”. Dichas aspiraciones frecuentemente son enunciadas a partir de la queja; hay un sentimiento de carencia que se expresa, en parte, como resignación; es al constatar la discriminación y la exclusión que se vislumbra el sueño de bienestar. Además prevalecen manifestaciones de desencanto; las experiencias de inseguridad e incertidumbre parecen no poder ser superadas en el futuro previsible.

No obstante tales augurios, no hay anomia. La convivencia cotidiana suele fluir por los cauces establecidos y previsibles. Si por cultura entendemos “las maneras de vivir juntos”, es evidente que están cambiando tanto las maneras y prácticas de vivir juntos como las representaciones e imágenes que nos hacemos de dicha convivencia social.

Hace un siglo, frente a otras “maneras de vivir juntos”, el poeta Luis G. Urbina hablaba, en uno de sus más célebres poemas, de una raza triste, de espíritus apesadumbrados, carnes flageladas, anhelos imposibles y cóleras impotentes y selváticas. “Es mi herencia la que llora en el fondo del ánima”, escribió.

La encuesta habla de una sociedad en pie, donde “la vieja lágrima” al fin se ha secado.





Julia Isabel Flores
Investigadora y coordinadora del área de Investigación Aplicada y Opinión
del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM.