La decepción hacia los
políticos tradicionales y el enojo acumulado en contra de los partidos
políticos han provocado que para el 2018 muchos apuesten por las candidaturas
independientes como solución a nuestros peores problemas.
La fascinación que solemos
tener los mexicanos por los caudillos, la búsqueda incesante de un huey
tlatoani (gran gobernante) quizá la heredamos del mundo náhuatl; tal vez la
perfeccionamos gracias a López de Santa Anna y Porfirio Díaz; probablemente los
años del partido hegemónico reforzaron nuestra fe en un presidente-dios. Lo
cierto es que, casi como maldición, seguimos buscando un superhéroe que nos
rescate.
Hoy una buena parte de la población voltea a ver al candidato independiente (así en singular) como al único posible salvador de nuestro país. La sociedad civil (también así en singular) deberá encontrar al huey tlatoani que ha de salvarnos de las cadenas con las que los partidos políticos han amarrado a los ciudadanos.
Escribo este texto a
partir de la lectura del artículo publicado por Jorge G. Castañeda en la
revista Nexos de febrero, Por una candidatura independiente única; confieso no
haber leído el libro y creo que mi curiosidad ha quedado satisfecha.
Castañeda nos invita a
hacernos cuatro preguntas que copio textualmente a fin de no tergiversarlas.
“¿Es deseable que aparezca en la boleta presidencial por lo menos una
candidatura independiente? ¿Se debe organizar la sociedad civil para construir
un proceso del cual emane una candidatura única? ¿Se desea participar en ese
proceso? ¿Se está de acuerdo en que urgen reformas puntuales que comiencen a
desmantelar nuestro régimen partidocrático y pulverizador, con una agenda
ciudadana como la que se ha resumido hasta aquí?”
El autor espera que a
todas y cada una de ellas la sociedad civil conteste con una sola voz: sí, sí,
sí y sí. Busca consenso, anhela unanimidad, desea que la única disidencia
provenga de los partidos políticos.
Me parece difícil
contestar si es deseable, por sí mismo, que aparezca en la boleta presidencial
una candidatura independiente. Todo depende de quién fuese propuesto(a). En
2015 el payaso Lagrimita compitió por la presidencia municipal de Guadalajara
¿aportó algo al saneamiento de la política? ¿fue capaz de hacer una sola propuesta
de gobierno valiosa? Categóricamente no.
La segunda pregunta me
parece la piedra angular de su argumento. No pregunta qué es deseable,
cuestiona si es deber de la sociedad civil organizarse en torno a una
candidatura única. Dos elementos cruciales del argumento me preocupan, primero
la definición de las obligaciones de la sociedad civil ¿en qué código estarán
escritas?, ¿quién las determinó?, ¿cómo se convirtieron en un imperativo
categórico de corte kantiano? Segundo: la concepción de la sociedad civil como
un todo orgánico e impoluto.
La aspiración a una
sociedad civil única, uniforme, que acuerda una plataforma única y se aglutina
alrededor de una gran figura (asumo, una figura carismática) niega a la propia
sociedad civil porque no le reconoce su esencia plural. La sociedad civil se
organiza en la diversidad, tiene fuerza en su multiplicidad, es democrática en
un infinito número de asociaciones, clubes, grupos de interés, movimientos,
etc.
La sociedad civil es
multiforme e incongruente por definición. En ella caben las organizaciones
feministas, y sí, también las machistas; tanta validez tienen los grupos que
luchan por el derecho a decidir, como Pro Vida. El mismo mérito tienen
asociaciones pacifistas, como quien defiende el derecho a portar armas. Todas
conviven y debaten en el mismo espacio público.
Esta diversidad
irreductible es precondición de una sociedad democrática que se reconoce en el
pluralismo. Por ello esta segunda pregunta no debe responderse afirmativamente,
inclusive puede calificarse de falaz.
Si bien tiene razón
Castañeda cuando apunta el descrédito e incapacidad de la partidocracia para
construir alternativas políticas atractivas, su argumento poco difiere de
quienes condenan las candidaturas independientes por prejuicio o interés. El maniqueísmo
es polarizante y casi siempre suma dos errores, uno en cada extremo del
argumento.
María Marván Laborde
Investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas