En México, el PRD se
encuentra en el peor momento de su historia. El daño infligido por la
separación de López Obrador para formar su propio partido ha sido brutal,
aunque los números del DF sean engañosos. Su modelo tribal ha dejado de
funcionar, hay un grave déficit de gobernabilidad interna y muy pronto tendrán
que decidir cómo enfrentar las próximas elecciones.
La corriente hegemónica de
Los Chuchos, Nueva Izquierda, ha disminuido de 36% a 30% o menos, de acuerdo
con algunos perredistas. La pérdida de votos es importante, pero mucho más
grave es su pérdida de legitimidad.
Después de 2012, cuando
López Obrador anunció su salida, hubo festejos en algunas de las corrientes del
PRD, ya que consideraban que éste les traía más perjuicios que beneficios. Los
más optimistas llegaron a decir, en público y en privado, que ahora sí podrían
convertirse en el partido de izquierda moderna que le urge a México, el modelo
era el PSOE de la transición española.
En 2014 solicitaron al INE
que les organizara su elección interna. El experimento resultó muy costoso en
términos económicos, pero efectivo, ya que evitó las tradicionales denuncias
internas de fraude. La presidencia de Navarrete se cortó abruptamente, en gran
medida por el torpe manejo del conflicto de Ayotzinapa.
Frente a la crisis,
invitaron a un externo. Agustín Basave, que acababa de ser elegido diputado
federal en las elecciones de 2015 bajo estas siglas, pero sin ser miembro del
partido, dejó su curul para ir a dirigir al PRD. Argumentaron la necesidad de
tener un presidente que pudiera situarse por encima de las tribus. Fue
imposible.
A pesar de haber entregado
buenas cuentas electorales, Basave no cumplió un año al frente del partido. Las
alianzas hechas con el PAN les rindieron frutos que muchos militantes vieron
como poca cosa y otros como amasiatos inaceptables. Frente a Pablo Gómez, ganó
Alejandra Barrales, cuya posición es aliancista.
El balance del propio
partido acusa una crisis profunda en 13 de las 32 entidades. Las dirigencias
estatales están cuestionadas por distintos motivos que incluyen: relación
indebida con sus gobiernos locales, como en Chihuahua y Chiapas; presidentes
que ostentan un doble cargo como diputados y presidentes del partido, cuestión
que prohiben sus estatutos y, finalmente, dirigencias estatales intervenidas
desde el CEN para manejar la emergencia.
Actualmente han perdido el
registro en cuatro estados de la República: Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila y
Colima. En ninguno de éstos alcanzaron el 3% necesario para poder mantener el
registro, lo que agrava su crisis económica. Divisiones internas en Zacatecas y
Oaxaca facilitaron los triunfos del PRI.
En este escenario, el PRD
tiene tres posibles cursos de acción de cara a la elección del Estado de México
en 2017 y la elección presidencial de 2018. Sus posibilidades son aliarse en
ambas con el PAN o aliarse con Morena, o bien, ir solo.
La relación que tejieron
Basave y Anaya para 2016 queda en el olvido gracias al cambio de la presidencia.
Por supuesto, Barrales puede intentar retomar la relación y construir sendas
alianzas; sin embargo, la posición de fuerza del PAN después de los resultados
electorales de este año, obligaría a que llevaran mano en la propuesta, es
decir, que el candidato a la Presidencia tendría que ser panista.
López Obrador, que había
rehusado a siquiera hablar de una posible alianza con el PRD, hace pocos días
ya les hizo un guiño, condicionado, como cualquier gesto suyo, a que el PRD
acate sus condiciones. Podrán hablar de alianzas si, y sólo si, rompen
relaciones con el PAN, es decir, pueden sentarse a la mesa bajo dos
condiciones, ir juntos a la elección del Estado de México y apoyar a López
Obrador en 2018. También en este escenario se sentarían a la mesa con una
enorme debilidad.
Su tercera opción sería ir
solos a ambas elecciones, ésta sería una alianza de facto con el PRI porque la
principal ganancia sería para el tricolor. El gobierno federal operará todo lo
posible por impedirlas, sabe que sólo tiene que ofrecer pequeñas prebendas a
alguna de las corrientes para que las alianzas no se concreten. No sería la
primera vez.
María Marván Laborde
Investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas